El Mercurio, 19 de junio de 2016
Opinión

El engaño kitsch

Ernesto Ayala M..

Años atrás, Milan Kundera definía el kitsch como aquella estética que negaba la existencia de la mierda,

Años atrás, Milan Kundera definía el kitsch como aquella estética que negaba la existencia de la mierda, tanto en sentido literal como metafórico. En otras palabras, donde reina el kitsch todo es serio, ideal, completo; abundan los buenos sentimientos, las buenas intenciones, la mejor concepción del hombre. Hoy ya nadie habla del kitsch : vivimos en él. Está tan presente que acusarlo sería cacofónico. Cuando el debate se realiza con frases hechas e impermeables, las políticas públicas se diseñan con poco más que eslóganes y la televisión abierta es la definición misma del kitsch a lo ancho y largo de su programación, que parece incluso candoroso sacar a pasear el concepto.

Seamos candorosos. «Yo antes de ti» es una buena excusa para hablar del kitsch . Dirigida por Thea Sharrock, que básicamente había hecho series de televisión, la película relata con gran producción una historia muy emotiva. Lou Clark (Emilia Clarke) es una joven de 26 años, hija de una esforzada familia proletaria en un pequeño pueblo del norte de Inglaterra, que debido a la prolongada cesantía de su padre se ha visto obligada a postergar sus ambiciones -estudiar diseño de vestuario- para trabajar y sustentar a su familia. Cuando es despedida del café donde trabajó por muchos años, no le queda otra que asumir el cuidado de Will Traynor (Sam Claflin), un hombre joven, hijo único de unos riquísimos aristócratas, que en la plenitud de su vitalidad, gracias a un accidente, queda parapléjico. Will, buenmozo, dotado para los deportes, los negocios y las mujeres, tiene serios problemas para superar la depresión que le ha causado su nueva condición, y Lou llega a trabajar para él cuando ya han renunciado seis cuidadoras anteriores. ¿Vale la pena contar el resto? Luego de un inicio muy duro, Lou y Will poco a poco comenzarán a entenderse.

El kitsch está en muchas partes, aunque es un kitsch amortiguado, culto, menos salvaje que el americano. La historia está diseñada para ser romántica a rabiar y aprovecha, por supuesto, la fortuna de Will para recurrir a espléndidos escenarios y vestir con exquisita luz cada momento trascendente. Entre Lou y Will hay cósmicas diferencias de clase, lo que en una sociedad tan rígida como la inglesa debiera traducirse en abismos de lenguaje y costumbres, pero la cinta convierte esta realidad en una excusa para que Lou se vista de manera pintoresca y para que Will la eduque en películas francesas, música clásica y refinamientos de distinto orden. Will, que antes del accidente era impetuoso, exitoso y de seguro altamente antipático, tal como se adivina por sus viejas amistades, con Lou se comporta sensible, gentil y atento como un franciscano. Aunque la cinta se hace cargo de algunas limitaciones de vivir parapléjico -no podría no hacerlo-, evita dar cuenta de las pequeñas humillaciones diarias de Will: ir al baño, limpiarse o simplemente lavarse los dientes. Sus crisis de salud, cuando se muestran, están filmadas como si el hombre fuera un estoico, un monje zen o, peor, un santo. La omisión kitsch llega a su punto máximo -y creo que no estar contando ninguna infidencia- cuando nace el amor entre ambos y su manifestación física se limita a unos besos castos, unos abrazos bien vestidos y se omite cualquier comentario sobre la imposibilidad de resolver el obvio deseo que cruza entre ambos. Así, la película es elegante, tierna e incluso emotiva, pero también es un artefacto que contribuye a expandir el engaño respecto de las verdaderas luchas de la vida y la compleja naturaleza de las relaciones amorosas.

Yo antes de ti
Dirigida por Thea Sharrock.
Con Sam Claflin, Emilia Clarke, Vanessa Kirby.
Reino Unido, 2016, 110 minutos.