El Mercurio, 8 de enero de 2017
Opinión

La intuición frente a la lucidez

Ernesto Ayala M..

A cuarenta años de su estreno oficial, «The Killing of a Chinese Bookie», la enorme película de John Cassavetes, sigue siendo un caso que merece atención. Las razones son muchas.

«The Killing of a Chinese Bookie»
Dirigida por John Cassavetes
Con Ben Gazzara, Timothy Carey y Seymour Cassel. Estados Unidos.
1976 – 135 minutos. 1978 – 108 minutos

La primera es que Cassavetes la ideó mientras negociaba artesanalmente, sala a sala, la distribución de su cinta anterior, «A woman under the influence» (1974). El director hace mucho tiempo se había negado a hacer películas para los estudios porque consideraba el cine como un medio de expresión y no como un negocio. Sin embargo, esa misma opción lo tenía ahora complemente concentrado en el negocio puro y duro de la distribución, vendiendo. Aburrido, juntó a su gente y decidió comenzar a filmar en dos semanas una película rápida, más cerca de un género cinematográfico tradicional, algo que, imaginaba, permitiría vender la cinta sin tantas explicaciones y, quizás, tener algún éxito de público. No olvidemos que, por entonces, «El padrino» (1972) y «El padrino II» (1974), dos películas que Cassavetes había encontrado muy mediocres, habían quebrado todos los records de taquilla de su tiempo.

Cassavetes pensó entonces en la historia de Cosmo Vittelli, el dueño de un club nocturno en Los Angeles que, luego de una agitada noche de apuestas, se endeuda por 23 mil dólares frente un grupo de mafiosos y es presionado a pagar la deuda «haciéndose cargo» de un corredor de apuesta chino. Pese a inscribirse en un género -thiller, gansters- el resultado, sin embargo, terminó pareciéndose, más que a nada, a una película de Cassavetes, donde la trama importa pero lo principal está en otra parte: en la naturalidad y relajo con que Ben Gazzara interpreta a Cosmo, en lo deliciosamente encantadoras que son las bailarinas de su Crazy Horse West, en los extraños actos de Mr. Sophistication, en la manera en que Cosmo, más que un hombre de negocios, es un artista, un hombre que ha armado un mundo propio, personal. «Chinese Bookie» es una película al mismo tiempo terrible y exquisita, que a 40 años de su estreno continúa sinténdose muy moderna, muy jugada y totalmente abierta en sus posibles lecturas.

En 1976, sin embargo, la cinta fue un fracaso total. Abrió en Nueva York y, pese a todas las expectativas de Cassavetes, duró seis días en cartelera.

El director nunca terminó de aceptar este destino y dos años más tarde, después incluso de terminar «Opening Night» (1977), decidió hacer un nuevo corte de «Chinese Bookie» y volver a estrenarla. Este corte no sólo tiene 27 minutos menos, sino que muchas escenas cambian de lugar, algunas desaparecen y otras aparecen. El resultado es que todo sucede más rápido y, a la vez, hay más información dura sobre Cosmo y sobre los mafiosos con que se involucra. Hoy, cuando las dos versiones están a mano desde que Criterion las publicó en 2004, hay múltiples debates respecto a cuál es mejor. Dadas que ambas versiones son cortes del director, se trata de un caso muy particular en la historia del cine. Sin productores ni estudios que culpar, ambas tienen igual legitimidad. Vistas hoy, resulta evidente que la primera versión, más dilatada, más atmosférica, menos precisa, es más sabrosa y lograda. Cosmo tiene más espacio, se siente más generoso, se entiende mejor que posiblemente fue elegido por los mafiosos desde un principio. Los números en el Crazy Horse West son más largos y eso permite entender también mejor a sus personajes. Hay más pausa y más atención, incluso más respeto a lo propiamente cinematográfico. De hecho, el logrado plano secuencia con que abre la primera versión, en la segunda no existe. Lo interesante es lo que todo esto dice de Cassavetes. Porque resulta evidente que el director -un hombre inspirado, visionario y testarudo como pocos- no era totalmente consciente de lo que sus cintas lograban. Dicho de otra manera, la forma en que trató de «arreglar» «Chinese Bookie» refleja que no veía sus películas con la claridad con que las vemos ahora. Su intuición podía ser brillante, pero la lucidez no era su fuerte.