N° 387, diciembre 2014
Puntos de Referencia
Ciencias Sociales
Trabajo

¿Dónde están los hombres?: Evidencia a partir del Censo, la CASEN y la FPS

Slaven Razmilic.

En la auditoría técnica al Censo 2012 realizada por el INE se señala que los datos levantados arrojarían una fuerte caída de la población masculina, sin que exista para esto una «explicación demográfica posible». Ahora bien, además de la ausencia de explicaciones demográficas, hay evidencia que lleva a pensar que esta disminución efectivamente no se produjo, y que lo observado en buena parte es producto de externalidades de la aplicación de la Ficha de Protección Social (FPS), sumado al cambio de estrategia de levantamiento de datos (paso de un censo de un día a un levantamiento de datos extendido en el tiempo).

En efecto, la implementación masiva de la FPS y su utilización transversal en prácticamente todos los programas sociales relevantes coinciden con la aparición o aceleración de una serie de fenómenos demográficos, que se manifiestan tanto en las estadísticas censales como en las encuestas CASEN. De hecho, la supuesta caída del índice de masculinidad que arroja el Censo 2012 viene evidenciándose (y con mucha más fuerza) ya desde el año 2009 en la serie CASEN, por lo que lo sucedido con el último censo no es novedad.

Es un hecho conocido entre potenciales beneficiarios y funcionarios públicos que participan del levantamiento de información que la presencia de hombres sanos en edad de trabajar aumenta significativamente el puntaje en la FPS. Esto redunda en que en los registros administrativos del instrumento de focalización hay apenas 75 hombres en edad de trabajar por cada 100 mujeres.

Si bien el Censo y las encuestas CASEN no inciden en la obtención de subsidios, no es aventurado pensar que los encuestados sean consistentes en las respuestas que entregan. Después de todo, se trata de cuestionarios similares aplicados por entidades gubernamentales (INE) o por encargo de éstas (Ministerio de Desarrollo Social).

Es entonces posible que las distorsiones que genera la FPS, en particular, y las que agregan las distintas políticas sociales, en general, puedan estar alterando más de un indicador de caracterización socioeconómica. Adicional a la abrupta disminución en la proporción de hombres en edad de trabajar, las sospechas apuntan al aumento acelerado de la proporción de hogares liderados por mujeres solas (consecuencia de la ausencia de hombres) y a una eventual subdivisión artificial de hogares (sobreestimación del allegamiento y subestimación del tamaño promedio de los hogares). Así las cosas, es perfectamente posible que la omisión de hombres pueda incluso estar derivando en una sobreestimación de las tasas de pobreza e indigencia.

En este contexto, el trabajo que el Gobierno está haciendo actualmente para mejorar y eventualmente reemplazar la FPS debe tener un ojo puesto en el instrumento de focalización (termómetro que mide la fiebre) y el otro en la oferta programática que se asigna de acuerdo con éste (tratamientos/remedios recetados a partir del diagnóstico), teniendo especial cuidado en los incentivos que el sistema completo de focalización, postulación y asignación genera. De hecho, ningún sistema de focalización funcionará suficientemente bien en un contexto donde los programas sociales tienen requisitos de accesos discretos y donde la pérdida abrupta de beneficios superado un determinado umbral genere presiones excesivas por alterar los puntajes.

Lejos de un ánimo de demonizar a los livianamente calificados como «falsos pobres», no abordar esto de manera integral no sólo redundará en malas políticas sociales, sino que, como hemos visto, incluso puede terminar por tergiversar la «realidad», o al menos la que observamos a través de las mediciones que realizamos. Esto último puede llegar al extremo de rediseñar programas incorrectamente mal evaluados o a potenciar otros que quizás no se necesitan tanto como creemos.