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El dilema de la representación en tiempos de polarización

Ariadna Chuaqui R..

El dilema de la representación en tiempos de polarización

Los partidos enfrentan un dilema complejo. Por un lado, deben representar las preocupaciones concretas de distintos grupos en sus agendas políticas. Por el otro, corren el riesgo de consolidar esas diferencias y, en lugar de articular un proyecto común, atrincherarlas en sus programas políticos. La competencia eleccionaria que viene pondrá a prueba esa tensión.

Mucho se habla sobre la polarización política en Chile. Se ha instalado la idea de que el diálogo se ha vuelto imposible entre sectores, que el Congreso se ha fragmentado hasta la ingobernabilidad, y que los partidos y candidatos presidenciales están cada vez más distantes entre sí. Hoy, el eje parece más estirado que nunca: por la izquierda, Jeannette Jara (PC) compitiendo en primarias—aunque aun incomodando a algunos dentro de su sector—; y por la derecha, Johannes Kaiser (PNL) en un extremo que empuja el límite y hace parecer moderados a figuras como Evelyn Matthei o, incluso, José Antonio Kast.

Si bien en la literatura no hay consenso sobre si la polarización nace desde las élites políticas o si responde a una ciudadanía dividida, actualmente en Chile vemos señales de polarización social. Según la última Encuesta CEP (marzo-abril 2025), el 85% de la población percibe conflictos ‘muy fuertes’ o ‘fuertes’ entre personas de izquierda y derecha. A esto se suman percepciones similares de tensión entre chilenos e inmigrantes (87%), ricos y pobres (74%), hombres y mujeres (52%) y entre jóvenes y personas de más edad (44%).

En un año marcado por la carrera presidencial, las diferencias entre grupos sociales también se expresan en lo que proyectan para el futuro del país. Quienes se identifican con la izquierda priorizan la igualdad de oportunidades; quienes se ubican en la derecha, el crecimiento económico y el orden público. Entre chilenos e inmigrantes, las preocupaciones también difieren: los primeros privilegian la cohesión social; los segundos, la seguridad. Hombres y mujeres coinciden en el foco económico, pero divergen en lo que sigue: las mujeres priorizan la igualdad de oportunidades, mientras que los hombres el orden y la seguridad. Asimismo, observamos brechas generacionales: las personas mayores mencionan la pobreza como prioridad, mientras que los jóvenes demandan seguridad y atención a los problemas reales de la ciudadanía.

Estas diferencias reflejan un panorama social tensionado, donde grupos sociales parecen divididos según expectativas de agenda política disímiles. No se trata sólo de percepciones distintas, sino de prioridades que parecen irreconciliables: mientras unos demandan igualdad, otros exigen orden; mientras unos ponen el énfasis en la pobreza, otros lo hacen en el crecimiento. En este contexto, el espacio para acuerdos transversales se reduce, y el diálogo entre partidos corre el riesgo de volverse una caja de resonancia que amplifica estas tensiones en lugar de ser una vía democrática para procesarlas.

Ante esto, los partidos enfrentan un dilema complejo. Por un lado, deben representar las preocupaciones concretas de distintos grupos en sus agendas políticas. Por el otro, corren el riesgo de consolidar esas diferencias y, en lugar de articular un proyecto común, atrincherarlas en sus programas políticos. La competencia eleccionaria que viene pondrá a prueba esa tensión. Veremos si los candidatos buscarán ampliar sus proyectos o si optarán por reforzar conflictos, profundizando, así, un círculo vicioso de polarización.

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