Los cambios de año nos vuelcan hacia el futuro, pero también, cuando hemos alcanzado cierta edad, nos despiertan nostalgias por años pasados. Nostalgias que me dan licencia para recordar, hoy, un año que se extinguía hace medio siglo.
Me refiero al 1962.
En Chile fue, claro, el inolvidable año del Mundial. Yo vivía en Inglaterra, y viniendo de Chile, el Mundial me dio prestigio. No sólo por el desempeño de la selección. Los documentales europeos mostraban a un Chile de paisajes deslumbrantes que era, además, «muy civilizado», hasta «parecido a Europa», con ese Presidente tan sencillo que había, que iba a pie todos los días a su oficina.
En octubre de 1962 me matriculé como estudiante en Oxford. Fue justo el mes en que estalló la crisis de los misiles en Cuba. En un severo discurso el día 22, el Presidente Kennedy anunció el bloqueo naval de la isla. Estados Unidos busca la paz, dijo, ominosamente. Por eso, «no arriesgaremos en forma prematura o innecesaria los costos de una guerra mundial nuclear en que hasta los frutos de la victoria serían como cenizas en la boca». En Oxford, a sólo 17 años de Hiroshima y Nagasaki, nos deteníamos en las palabras «prematura o innecesaria», y veíamos una clara amenaza de guerra nuclear.
Nos habían tratado de preparar en el colegio, en clases de «defensa civil». Pero las clases parecían inútiles, ya que, según se decía, no habría más de cuatro minutos de aviso para la llegada de los misiles enemigos. Se calculaba que 250 millones de personas morirían en el primer instante, en Estados Unidos, Europa y la Unión Soviética. Eran los afortunados, porque muchos más enfrentarían una terrible muerte lenta. La única esperanza de evitar la guerra residía justamente en estos terribles efectos, ya que se suponía que nadie querría ocasionar lo que se llamaba DMA -destrucción mutua asegurada-, en inglés, MAD.
Kennedy, ¿hasta dónde iba a estirar la cuerda? Al hacernos la pregunta, nos quedábamos con algo de ceniza en la boca. En Oxford, el único compañero que lo apoyaba era uno llegado de Estados Unidos que, ante nuestro asombro, admitía estar becado por la CIA. Nos parecía exagerado e hipócrita Kennedy, dado que Estados Unidos tenía misiles equivalentes en Turquía. Pero cuando a fines de octubre Kruschev aceptó retirar los misiles, Kennedy creció en nuestros ojos. Adquirió el prestigio del ganador. Después íbamos a saber que la paz se consiguió gracias a que Washington optó por acoger un mensaje reconciliador de Kruschev, a pesar de que después llegara otro, muy agresivo. El pragmático recurso de ignorar el segundo mensaje es un clásico de la historia del arte de la negociación.
El 1962 es memorable por otras razones. Se estrenó «Dr No», la primera película de James Bond. La espectacular salida del mar de Ursula Andress, la primera chica Bond, en un escueto bikini, se convirtió en un ícono de la época. En agosto murió otro ícono, Marilyn Monroe. Tenía 36 años. Tres meses antes, le había cantado, algo borracha, un notorio «Cumpleaños Feliz» a un Presidente Kennedy que cumplía 45. Y mientras vivíamos el drama de Cuba, en las fiestas se empezaba a oír «Love me Do». Obviamente esta primera canción de los Beatles no nos permitía, por sí sola, sopesar la importancia que ellos iban a tener en nuestras vidas futuras. Pero oída hoy, es muy buena, incluso para sus geniales compositores.
No recuerdo qué hice para el Año Nuevo, pero creo que despedimos el peligroso 1962 con cierto alivio. Sin embargo, es un año que recuerdo como mágico. Trampas de la vejez: uno idealiza la propia juventud. Porque no creo que el mundo actual sea peor que el de entonces. El mundo en su esencia no ha cambiado tanto. Lo que no sabemos, es si podrá decir lo mismo quien rememore el 2012 en 50 años más.