La Tercera, 30 de marzo de 2019
Opinión
Educación

A propósito de la libertad

Sylvia Eyzaguirre T..

A propósito de la libertad

Somos libres. ¿Para qué? Nuestra propia vida se encarga de responder esta pregunta, aun cuando no sepamos su respuesta, aun cuando ignoremos la pregunta.

«El hombre -dice Nietzsche- es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo» (Así habló Zaratustra). Esta tensión entre instinto y razón, vicio y virtud, es constitutiva de nuestra «naturaleza». La materia de las hebras que constituyen la propia existencia es la libertad; y ella sólo es posible en dicha tensión. No somos ni errantes cometas, ni rutinarios planetas, somos naves con ruta propia que avanzan inexorablemente hacia la muerte. He ahí el gran abismo, la infinitud de la muerte, cuya omnipresencia la vuelve invisible, como sucede con nuestra propia sombra.

Somos libres. ¿Para qué? Nuestra propia vida se encarga de responder esta pregunta, aun cuando no sepamos su respuesta, aun cuando ignoremos la pregunta. La pregunta por el sentido de nuestra propia existencia no es la causa de nuestra angustia, sino la ausencia de certeza. En este drama humano se funda la política. La religión, la filosofía, el arte y las ciencias son diferentes caminos de búsqueda, y es a partir de sus (provisorias) respuestas que buscamos guías para la vida en comunidad. De eso trata la política.

Las distintas posturas políticas se construyen sobre una determinada concepción del hombre. Estas concepciones son al menos de dos tipos: normativas, que conciben al hombre desde el deber ser, y fácticas, que simplemente describen al hombre tal cual aparece. El Marxismo se inscribe en la primera, mientras que los liberales clásicos se inscriben en la segunda. Tanto marxistas como liberales defienden la idea de libertad, pero en el Marxismo la libertad está asociada a una forma particular de existir, mientras que en el Liberalismo clásico la libertad da origen a diferentes formas de estar en el mundo. Tanto marxistas como liberales clásicos reconocen que las condiciones materiales influyen en la materialización de la libertad, pero para los marxistas pareciera ser este el único factor, mientras que para los liberales su peso sería menor. El hombre actual no es el resultado exclusivo de la alienación, dirían los liberales, sino en primer lugar de su propia «naturaleza».

Desde la vereda comunitarista (izquierda y derecha) se suele reprochar al liberalismo su primacía por el individuo en desmedro del colectivo, donde lo que priman son las libertades negativas. «Una política egoísta, que privilegia el bien propio por sobre el bien común.» Sin embargo, la lectura de los filósofos liberales clásicos muestra cuán equivocado está este juicio. Es verdad que el liberalismo clásico busca los principios de la vida en comunidad en el individuo, en su libertad individual y en ese sentido las libertades negativas son fundamentales. Pero el individuo es siempre concebido como un ser político, un ser social. Adam Smith, por ejemplo, busca fundar la moral en los sentimientos y entre estos la empatía jugaría un rol fundamental, pues sería la condición de posibilidad de la intersubjetividad y la moral. La búsqueda del bien propio no es excluyente del bien colectivo. Lo que sucede con los otros afecta mi propia felicidad y, por ende, en la búsqueda de mi propio bien también, de alguna forma, están contemplados los otros. Esta afirmación no expresa un deseo o un deber, sino que se funda en la observación empírica de nuestra propia experiencia. Los liberales clásicos reconocen, empero, que la ausencia de coacción es necesaria, pero no suficiente para asegurar la libertad. La mera falta de coacción no asegura que los individuos puedan efectivamente ser dueño de sus vidas; las condiciones materiales influyen de ahí la necesidad de reconocer también las libertades positivas.

Hasta qué punto debemos restringir las libertades individuales en pos de entregar las condiciones materiales suficientes para que los individuos puedan ser dueños de su propio destino, es la pregunta que la historia ha ensayado una y otra vez, muchas veces con tremendos costos para la humanidad. Tal vez la política sería más amable, si no nos olvidáramos que somos una cuerda tendida en el abismo.