La Tercera
Opinión

Aborto: certezas que matan

Sylvia Eyzaguirre T..

Obligar a una mujer a llevar su embarazo a término en contra de su voluntad puede ser una tortura, a la cual ninguna mujer debiera estar sometida. El feto, por su parte, es una vida humana que a medida que se desarrolla cobra más valor.

¿Cómo equilibrar el interés en la vida del feto con el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo? Lo razonable es establecer un espacio de tiempo dentro del cual la mujer puede decidir si desea tener ese hijo, y fuera del cual el feto tiene derecho a nacer. Esta posición pondera ambos aspectos, los intereses de la mujer y del feto, y por lo tanto es la posición más razonable. Quienes defienden el derecho a abortar sin límite de semanas son efectivamente unos “mataguaguas”, y quienes quieren prohibir absolutamente el aborto son cavernarios, pues ambas posiciones ignoran el otro lado de la moneda.

Este es el principal argumento de quienes abogan por el aborto libre con límite de semanas. Pero es la certeza de estar en lo correcto, tanto para los moderados como para los extremos, lo que lleva a unos y a otros a despreciarse.

La certeza convierte a los moderados en fanáticos, igual que a los que están en los extremos. Lúcidos se creen los moderados por tener a la vista tanto el conflicto de la mujer como el del feto, pero son ciegos ante el supuesto que subyace a su argumento. El argumento a favor del aborto se construye sobre la creencia de que la vida del feto no vale igual que la de un recién nacido. El establecer un límite de semanas para poder abortar supone que el valor de la vida del feto iría aumentando a medida que el feto se desarrolla. Antes de un cierto nivel de desarrollo, la vida del feto no valdría lo suficiente como para ser protegida, pero después de cierto nivel de desarrollo cambiaría la valoración que tenemos de su vida, reconociéndole derechos que lo protegen de la voluntad de la madre.

Cabe preguntarse: ¿cuál es el fundamento para valorar la vida del feto de esta manera? Algunos intentan buscar la respuesta en el nivel de desarrollo del sistema nervioso, sosteniendo que la vida de un ser que es capaz de sentir dolor tendría mayor valor. ¿Por qué? Por esencia, la valoración es un acto subjetivo, que se funda en creencias, ya sean de índole científica, religiosa, racional u otras, que cambian con el transcurso del tiempo y en las distintas culturas.

Hagamos un ejercicio de empatía y tratemos de ponernos en el lugar de quien valora la vida del feto tanto como la de un recién nacido. Si la vida del feto la considerásemos tan valiosa como la de un recién nacido, entonces es evidente que nos opondríamos al aborto, de lo contrario estaríamos aprobando el homicidio de recién nacidos.

Pongámonos en el otro extremo, para quien la vida de un feto no tiene mayor valor y solo ve ahí a un ser parecido a un camarón. En este caso el aborto sería similar a matar camarones. ¿Quién está en lo correcto? Lamentablemente, en esta materia no hay verdades absolutas, que sean susceptibles de ser probadas racionalmente. ¿Cómo se zanja entonces este asunto? La democracia es el mecanismo que hemos elegido para resolver estos problemas.

Ella supone diversidad de visiones de mundo y considera legítima esa diversidad. La forma de zanjar estas diferencias es través de la deliberación y el voto. Tratar a unos de cavernarios y a otros de mataguaguas es consecuencia de la certeza de estar en lo correcto, certeza que ignora sus propias limitaciones y crea la ilusión de estar por encima de la democracia.

Defiendo el aborto libre, pero sé que mi postura es tan válida como la de las personas que lo rechazan. La duda, gran compañera, nos hace ser humildes, pero ella no inhibe, no impide tomar posición o incluso ser activista.

La duda abre un espacio de diálogo, de encuentro con el “otro”, un espacio humanizado gobernado por el respeto y la empatía. La certeza, en cambio, es insolente y nos lleva muchas veces a la violencia, como la que presenciamos esta semana cuando tres mujeres fueron apuñaladas durante la marcha a favor del aborto libre. Mientras las certezas nos matan, las dudas nos salvan.