El Mercurio, 14 de junio de 2013
Opinión

Alfredo Jaar en Venecia

David Gallagher.

El arte latinoamericano tiene poca acogida, todavía, entre los grandes curadores y coleccionistas del mundo. Pero hay excepciones. Una muy notable es la de Alfredo Jaar, quien ha logrado instalarse en el imaginario cultural mundial como un artista importante y original. Por eso ha sido muy grato verlo representando a Chile este año en la Biennale de Venecia, con una de las mejores instalaciones de toda la muestra.

La obra más conmovedora que le he visto a Jaar está en Santiago, en el Museo de la Memoria. Prefiero no describirla en detalle, para no menguar la sorpresa que produce en quien no la ha visitado antes. Baste decir que nos induce a pensar que cuando gente desaparece por un acto de fuerza, nadie está a salvo, porque no hay número de desaparecidos que no sea multiplicable. En cuanto a la instalación en Venecia, es muy simple. Consiste en una contundente piscina de agua oscura, de la cual cada tres minutos emerge un modelo perfecto -en escala 1:60- de los Giardini , el parque en que están instalados 28 de los pabellones de la Biennale . Tras unos treinta segundos de gloria, los Giardini se vuelven lentamente a sumergir, hasta que finalmente desaparecen los últimos copos de los árboles. El ciclo se repite una y otra vez.

A primera vista, Jaar se ha hecho cargo nada más que de un hecho notorio: Venecia vive bajo la amenaza de hundirse. Pero no es la ciudad entera, sino los pabellones nacionales de la Biennale los que Jaar hace hundir: aquellos que fueron construidos por algunos países poderosos antes de la Segunda Guerra Mundial. Hay, entonces, una intención política: la de proponer la destrucción, vía inundación, de las hegemonías culturales de antaño, siendo que todavía, según escribe Jaar en el catálogo, hay regiones, como África, que simplemente no existen para el mundo del arte (Jaar no podía saber que Angola iba a ganar el León de Oro de la Biennale ). Por otro lado al inundar los antiguos pabellones, Jaar busca diluir las artificiales divisiones nacionales en el arte. También cree en la destrucción creativa, en los ciclos de destrucción y creación. De allí que reemergen siempre los Giardini , y para acceder a ellos, Jaar nos hace pasar por una caja de luz con una foto de Lucio Fontana. Está parado entre las ruinas de su estudio en Milán tras la Segunda Guerra Mundial, pero listo para embarcarse en su etapa más creativa como artista.

Massimiliano Gioni, el curador, le puso como título «El palacio enciclopédico» a la Biennale , y esta se debate entre el delirante afán faustiano de saberlo todo, y la desesperación que nos produce lo poco que en realidad sabemos. En ese contexto, no sorprende que por todos lados aparezca citado Borges. Por esa imposiblemente enciclopédica Biblioteca de Babel, que reúne todos los libros capaces de ser escritos. O por personajes como Funes el Memorioso, el campesino que no se puede olvidar de nada, pero que no puede pensar, porque «pensar es olvidar diferencias»; o Carlos Argentino Daneri, a quien le es dado ver el Aleph, el espacio que contiene todos los espacios, pero que nunca podrá entenderlo, no solo porque es un poeta provinciano y mediocre, sino porque es humano.

Gioni ha querido que la Biennale sea una enciclopedia sobre todo de imágenes. Pero la curadora de Jaar, Madeleine Grynsztejn, nos dice que su obra subraya «la ineficacia de las imágenes». Me surge una pregunta: ¿cuántas imágenes exhibidas en la Biennale son entendibles sin los textos que las acompañan? ¿Puede el arte contemporáneo prescindir de textos explicativos? Creo que el de Jaar lo logra, a pesar de su conceptualismo. No obstante su modestia en cuanto a la eficacia de sus imágenes, su instalación habla por sí misma, con enorme elocuencia.