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Alicia en el país de las pesadillas

Sylvia Eyzaguirre T..

Alicia en el país de las pesadillas

En este mundo al revés, hace tiempo habita la política. Solo así puede entenderse el absurdo rechazo al conocimiento, a la tecnocracia, por parte de los políticos. Durante la Concertación, política y tecnocracia caminaban de la mano; tal vez ahí en parte el secreto de su éxito.

“Si yo hiciera mi mundo todo sería un disparate. Porque todo sería lo que no es. Y entonces, al revés, lo que es no sería y lo que no podría ser sí sería”. Esta célebre frase de Alicia en el país de las maravillas le viene como anillo al dedo a nuestros parlamentarios; aunque para ser justos, hay algunos que se salvan. En el mundo al revés de Alicia no solo la física newtoniana deja de regir, sino que también la física cuántica. Tampoco se trata de un encuentro con la materia oscura que rompe los actuales paradigmas de la Física (¡aunque quién sabe!). Se trata de magia, de fantasía. En el mundo fantástico de Alicia, la lógica deja de funcionar y con ello el mundo se deshace de sentido.

En este mundo al revés, hace tiempo habita la política. Solo así puede entenderse el absurdo rechazo al conocimiento, a la tecnocracia, por parte de los políticos. Durante la Concertación, política y tecnocracia caminaban de la mano; tal vez ahí en parte el secreto de su éxito. Pero la valoración por el conocimiento, la técnica, cambió durante el primer gobierno de Piñera. El primer antecedente que encontré fue en 2012, cuando el movimiento estudiantil reprochó al entonces ministro de Educación su exceso de tecnocracia, es decir, su excesiva preparación técnica. Se instaló en el ambiente un falso dilema entre técnica y política propio de los sofistas, pues es evidente que toda medida pública por técnica que sea es política.

La diferencia yace en que las medidas bien diseñadas tienen mayores probabilidades de cumplir con sus objetivos, mientras que las mal diseñadas suelen errar el blanco. En pocas palabras, las políticas públicas de mala factura cuestan caro y lo pagan los más pobres. A partir de esa época, la oposición instaló en el ambiente un desprecio por el conocimiento técnico y eso se reflejó en parte en el segundo gobierno de Bachelet, con proyectos de ley emblemáticos de mala factura y peor implementación.

¿En qué mundo puede no importar la evidencia científica y el trabajo bien hecho para resolver los problemas complejos que aquejan a la sociedad? Solo en uno de fantasía. Y esa es precisamente la invitación que nos hace el populismo. Pero la actual pandemia que amenaza la vida de millones de personas se ha encargado de mostrar lo importante que es la tecnocracia, pues de ello depende la vida de todos nosotros. Basta con mirar a Brasil, Estados Unidos y el Reino Unido para darse cuenta el costo de tener un demagogo al mando.

Hoy, nuestra vida y bienestar se encuentra doblemente amenazada por el virus y la crisis económica. Más que nunca necesitamos a las mejores cabezas pensando en distintas soluciones que permitan sortear esta dificultad con el menor costo social posible, y políticos a la altura del desafío. Pero los últimos acontecimientos nos han dejado en claro que la crisis política de la oposición es inmune incluso al coronavirus. Sin una centroizquierda responsable, que le dé gobernabilidad al país, Chile no tendrá futuro.