El Mercurio, 26 de mayo de 2017
Opinión

Atisbos de distopía

David Gallagher.

El episodio (que afectó a British Airways) expone la vulnerabilidad digital que puede llegar a tener una línea aérea, y de paso prefigura el horror distópico que ocasionaría un apagón cibernético más amplio

Hay eventualidades desagradables de las que preferimos no hablar. Epidemias devastadoras. Terrorismo nuclear. Ataques cibernéticos masivos. Pero a veces asoman atisbos de las distopías que podrían ocasionar. Veamos unos ejemplos.

A mediados de mayo, en ese hackeo que se esparció por el mundo entero, se paralizaron los sistemas del Servicio Nacional de Salud británico. El jueves 11 apareció un amenazante candado en las pantallas de los médicos y funcionarios, y por varios días hubo enfermos varados en salas de espera, y operaciones urgentes postergadas. Para muchos, parecía que la distopía había llegado. Y como si Gran Bretaña estuviera sometida a una maldición cibernética, el sábado 27 se cayeron todos los sistemas de British Airways.

BA dijo al comienzo que fue por un feroz aumento de potencia eléctrica. Ahora dicen que fue un «error humano». Abundan las teorías alternativas. Que fue un ataque terrorista. Que fue porque BA ha externalizado sus sistemas a una compañía india cuyo mérito principal es su bajo costo. Que los sistemas fueron intervenidos por algunos de los casi 700 técnicos que despidieron.

Estábamos la Sarita y yo ese mismo día 27 en el BA250 que volaba directo de Santiago a Londres. Aterrizamos en el aeropuerto de Heathrow puntualmente, a las 11:45 a.m. El capitán nos dio la bienvenida y nos pidió que aguantáramos unos minutos mientras le asignaban una manga. De allí en adelante, nos habló cada cierto tiempo, pero sin que el avión se moviera. Decía que había que esperar a que se arreglara una falla computacional. Los pasajeros se pusieron nerviosos, sobre todo los que tenían conexiones a otras ciudades.

Fue como a las 4 p.m. que el atribulado capitán nos informó que al fin nos podríamos mover, y así lo hicimos, pero pronto nos detuvimos de nuevo. Unos veinte minutos después llegaron unas escaleras para que bajáramos, pero no los buses, que según el capitán llegarían en media hora. Cuando finalmente alcanzamos las salas de inmigración, nos encontramos con una insólita muchedumbre. Era un fin de semana largo, y el primer día de vacación de los colegios, por lo que mucha gente que había «salido» del país para viajar, ahora intentaba «volver», porque sus vuelos habían sido cancelados.

Llegamos al centro de Londres ocho horas después de aterrizar. El equipaje de la Sarita apareció el martes y el mío el miércoles. Hay cosas peores en la vida, y cuando asoma el equipaje a uno le nace un agradecimiento bobo, como de síndrome de Estocolmo. Pero el episodio creo que se va a convertir en un caso de estudio, porque expone la vulnerabilidad digital que puede llegar a tener una línea aérea, y de paso prefigura el horror distópico que ocasionaría un apagón cibernético más amplio, ya que en muchos sectores, nos hemos despojado de alternativas manuales.

Caso de estudio, también, por la forma en que se abordó. En el aeropuerto, nadie pidió disculpas. Nadie informaba nada. Nadie nos dijo que no tenía sentido esperar el equipaje, por lo que la gente aguardaba horas en vano. Los mostradores a los que se acude para informar maletas perdidas estaban… ¡vacíos! Los empleados se habían escapado. En una ocasión, creo que el lunes, tratamos de llamar a BA, pero abandonamos el intento después de dos horas. Las crisis ocurren, y con buenas explicaciones, la gente entiende y perdona. Notable entonces la displicencia soviética de BA.

El sábado siguiente Londres tuvo otro revés, también premonitorio: el ataque de los islamistas salvajes. Pero allí fue diferente. Rápida y eficiente la policía. Estoica la ciudadanía, que pronto retomó su vida normal. Pero uno se queda pensativo. Fue un ataque con cuchillos. Dios nos libre de ataques más sofisticados.