Al discutir sobre la TV y su lugar en el mundo, las opiniones suelen abrirse en un abanico. En un extremo están los beatos. Éstos le atribuyen una importancia exagerada, como si fuera algo infinitamente poderoso y amenazante. En esto se emparentan conservadores y progresistas, creyentes y ateos, izquierdistas y derechistas. La influyente tradición iniciada por la Escuela de Frankfurt en el siglo pasado es un buen ejemplo en la izquierda. Y la Comisión Ortúzar, al discutir el estatuto que los medios de comunicación tendrían en la Constitución de 1980, es uno bueno en la derecha.
En el otro extremo están los escépticos. Éstos ven la TV como un medio más dentro de un sistema de distintos medios de comunicación, y como una industria más en la economía. Quizás nadie ha representado mejor esta posición que Mark Fowler, director de la FCC, el regulador de las telecomunicaciones en Estados Unidos. Sobre la televisión dijo: “Es hora de que comencemos a tratar la TV como lo hacen todas las personas: como un negocio. La TV es un artefacto doméstico más, es una tostadora con imágenes”.
La TV parece ser algo más que una tostadora con imágenes. Mediante ella se ejerce un derecho fundamental: la libertad de expresión. No es el único medio por el cual se ejerce, pero es uno importante por su cobertura y penetración. La libertad de expresión es una de las libertades más políticas que tenemos. Con ella se puede elogiar, criticar o denunciar el poder. Con ella, los ciudadanos deliberan, organizan y, en una de ésas, se movilizan. De hecho, la transparencia, ese concepto tan de moda, es impensable sin libertad de expresión.
Por esto, no es razonable ser tan escépticos sobre la TV y la forma en que se regula. Menos razonable es ser beatos, viendo en ella a un encantador de serpientes omnipresente, quien hipnotiza y manipula a las masas. La evidencia muestra que las audiencias procesan los mensajes en formas complejas, lejos de esa caricatura que las muestra indefensas, sin filtros frente a la música del encantador. Además de ser errada, esta caricatura que suele acompañar a los beatos es paternalista, pues atribuye esta vulnerabilidad a la masa, de la que ellos, claro, se excluyen. Hoy la regulación televisiva está sobre la mesa, por dos razones. Una más estructural, la otra más contingente. Son distintas, pero pueden llegar a superponerse. Partamos por la primera. En el Congreso hay dos proyectos del Gobierno para reformar la ley de TV y la ley del canal estatal TVN. Ambos tienen a la vista la futura TV digital. Salvo algunas propuestas retrógradas, como el retorno de las desterradas “cadenas” televisivas, el proyecto para la TV es interesante. Por ejemplo, amplía el negocio televisivo a otros servicios de telecomunicaciones, aprovechando así las posibilidades de convergencia que ofrece la tecnología digital. El proyecto sobre TVN, en cambio, es mucho menos interesante, pues arriesga convertir al Estado en un empresario de telecomunicaciones, como lo fue en el pasado. Algo se ha corregido durante el trámite legislativo. Ojalá se siga corrigiendo.
La segunda razón, más contingente, es Chilevisión y la candidatura presidencial de su dueño. Sebastián Piñera dio un paso necesario y fundamental, al empezar a separar formalmente sus intereses económicos y políticos. Pero en esta separación dejó afuera, notablemente, a Chilevisión. Incluso si es electo Presidente, dijo, no se desprendería de su propiedad, sino que buscaría fórmulas para inmunizar su línea editorial.
Sabiendo que estas fórmulas son difíciles, si no imposibles, tanto más en un canal privado que en uno estatal, un beato pondrá el grito en el cielo. Todo el poder de La Moneda y todo el de un canal juntos es demasiado, como un foco potente sobre los ojos de un conejo. Pero para los que somos más escépticos también es preocupante. Entendemos que se trata de un canal entre varios medios, y que las audiencias tendremos una actitud especialmente alerta con un canal cuyo dueño es el Presidente. El problema, más bien, radica en el hecho de que este Mandatario nombra a los presidentes del Consejo Nacional de TV y de TVN, así como al regulador Subtel, que toma decisiones técnicas sobre la TV. ¿No se despliega así un terreno especialmente fértil en conflictos de interés?
Y un escéptico tiene razones adicionales para preocuparse si los proyectos sobre la televisión y TVN no se aprueban durante la actual administración, y pasan a la que sigue. Y más razones todavía si la norma técnica para la TV digital se sigue demorando, y pasa también al gobierno que viene.
Por todo esto, Piñera debería perfeccionar su voluntad política disponiendo para Chilevisión lo anunciado para LAN: si es electo, vende. Ambas compañías son parecidas en cuanto son densamente reguladas, y es razonable que tengan un trato análogo. Esto tranquilizaría a beatos, escépticos y los que estamos entremedio.