Con los debates presidenciales que comenzaron anoche, todo puede cambiar,pero en este momento están en mayoría los admiradores de Bush.
Después de unos días en Nueva York, me doy cuenta de que no estamos tan mal en Chile. Desde ya, estamos menos polarizados que en Estados Unidos, donde amigos que uno creía serenos y cautos, despotrican con odio contra Bush o Kerry.
¿Por qué los candidatos los dividen tanto? Para un extranjero, no parece haber diferencias claras en materias económicas. Kerry suena más proteccionista y más estatista, pero Bush ha tenido arranques proteccionistas, y si bien redujo los impuestos, aumentó el gasto fiscal. Las verdaderas diferencias son más profundas.
La mejor forma de entenderlas es a través de la caricatura que cada lado hace del otro. Para los demócratas, Bush y sus adherentes tienen una visión simplista y maniquea del mundo, y una avidez de poder que amenaza la libertad ciudadana. Para los republicanos, Kerry y sus adherentes son relativistas indecisos y extranjerizantes: un peligro para la seguridad nacional. Cheney recorre el país insinuando que un triunfo de Kerry sería un triunfo para Bin Laden. En cambio el demócrata Thomas Frank, en su reciente libro «¿Qué pasó con Kansas? Cómo los conservadores se ganaron el corazón de América», cita nada menos que a Goering para ilustrar la estrategia republicana. «Siempre es fácil dominar a la gente», dice Goering. «Basta con decirles que los están atacando, y con denunciar a la oposición como antipatriota».
Hay algo de verdad en estas caricaturas. Siempre en Estados Unidos el péndulo ha oscilado entre dos polos. Por un lado, el de gente crítica, reflexiva, atenta a la complejidad del mundo, y al hecho de que los hombres tienen defectos irremediables: de allí la Constitución, que se precave de que nadie tenga demasiado poder. Por otro lado, el de gente que se apega a certezas, y que si bien reconoce que los hombres tienen defectos, llama a una cruzada para que se corrijan. Por un lado, gente que piensa que Estados Unidos se hará grande comerciando con el resto del mundo, y que, por tanto, hay que entender y respetar a los extranjeros. Por otro lado, gente que ve en el extranjero una amenaza, porque cree que los extranjeros son envidiosos, flojos, mentirosos y destructivos. Cabe decir que estos polos pueden convivir en una sola persona, y para un observador afuerino, no siempre queda claro dónde se sitúan Kerry y Bush en el eje entre los dos. Kerry, por ejemplo, dice que parará «la exportación de empleos», apelando, él también, al temor al extranjero. Pero, en realidad, es Bush el que más representa la América profunda, religiosa, apegada a certezas, y Kerry el candidato que parece extranjerizante e indeciso.
Con los debates presidenciales que comenzaron anoche, todo puede cambiar, pero en este momento están en mayoría los admiradores de Bush. ¿Eso se debe a un cambio estructural? ¿A una tendencia de largo plazo hacia el simplismo primitivo, machista e intolerante? ¿Hacia, incluso, el fundamentalismo predarwiniano de los evangélicos? No lo creo, porque en el largo plazo funciona la ley del péndulo. Si Kerry fuera un candidato más atractivo, habría, creo yo, una leve mayoría a favor de una visión más sensible del mundo, una visión más atenta a su complejidad.
Pero en el corto plazo Kerry no logra tocar emociones tan potentes como las que explota Bush, que parece más norteamericano. Bush, como buen norteamericano, se dedicó de joven a las carreras de autos y después fue dueño de los Texas Rangers, un equipo de béisbol. Kerry, inclinado elegantemente mientras hace windsurf, parece demasiado sofisticado, demasiado delicado, casi como si estuviera bailando ballet.