El Mercurio, viernes 4 de julio de 2008.
Opinión

Cambios de matiz

David Gallagher.

Después de tres semanas afuera, uno llega a un Chile que, en los detalles, ha cambiado mucho, aunque no cambie tanto en líneas generales.

En lo económico, un hito importante fue el desorbitado incremento que se produjo en el salario mínimo, y también el intento, a través del Fondo de Estabilización del Petróleo, de atajar un huracán -el del alza del petróleo- con la mano. Por otro lado, se ofreció devolverles el impuesto específico a los camioneros, para que terminaran con su huelga. Cada vez más se toman medidas en función de la presión que ejercen los grupos de interés. Gracias a las demandas exageradas de éstos, el Gobierno logra parecer sensato, por el mero hecho de entregar menos de lo que piden. Pero entrega más de lo que es sano o sostenible. Es el caso de esos aumentos año a año del gasto fiscal, al doble del aumento del PIB.

Felizmente, no todas las noticias son malas. Hubo una muy buena en mi ausencia: la dedicación con que la Presidenta apoyó la Ley Ge-neral de Educación. Si ella sigue en ese camino, dejará un gran legado. Es cierto que la ley no cubre todo lo que hay que hacer, pero es un importante avance.

En lo político, la UDI ha dado de qué hablar. Por un lado, por las irregularidades municipales. Más aún por la bienvenida competencia que se ha dado por el liderazgo, en un partido que parecía capturado por un grupo de amigos. Y este fin de semana dará de qué hablar la DC, al celebrar su Junta.

He sido crítico de la DC, pero ahora que su sobrevivencia está en peligro, tengo ganas de defenderla. No me puedo olvidar de la valiente oposición que le hizo al gobierno de la UP, cuando «muchos demócratas reales sintieron que el camino de Salvador Allende, a la larga, no permitiría mantener la democracia en Chile»: la cita es de una reciente columna de Ricardo Lagos. No me puedo olvidar tampoco del enorme sacrificio que hicieron muchos profesionales de la DC al oponerse al régimen militar: en vez de hacerse ricos en el sector privado, mantuvieron su independencia opositora, refugiándose por 17 años en sus centros de estudios. No me puedo olvidar, finalmente, de la grandeza del gobierno de Patricio Aylwin, en que se conjuga democracia con economía social de mercado, y se demuestra lo que hoy parece tan poco plausible: que la clase política en Chile sí es capaz de actuar con mística. El gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle habrá cometido errores hacia el final, pero también hoy día genera nostalgia.

La DC siempre fue un partido de contradicciones. El alma corporativista con la que nació como Falange Nacional se contradijo con los afanes libremercadistas de muchos de sus técnicos, incluso en la época de Frei Montalva. Postulándose como partido de centro, la DC se ha sentido tironeada entre la izquierda y la derecha. Con todo, su rechazo a la derecha ha tendido a ser más contundente. Con la izquierda, ha tenido una obsesiva relación de amor y odio, producto de la creencia de que la izquierda es la fuerza política más fuerte que hay en el país, creencia que ha tenido el efecto de profecía autocumplida. De allí que tantas veces la DC ha tratado de mimetizarse con la izquierda, creyendo, absurdamente, que la mejor forma de superarla es adoptando sus ideas. Habría que ver qué le pasaría a la fijación de la DC con la izquierda el día que asumiera la Presidencia un Sebastián Piñera.

El detalle de lo que pasa en Chile cambia mucho en tres semanas, pero no así las grandes líneas. El país sigue sin rumbo. La Concertación sigue en plena decadencia. La Alianza sigue lejos de estar a la altura de la oportunidad que se le presenta. Por algo la confianza de la gente está muy disminuida.