El debate presidencial de esta noche entre Obama y McCain es histórico por una razón obvia: es el primero en que figura un negro. También lo es por una razón más sutil. El candidato negro, o mestizo, es percibido como el más sofisticado de los dos, tanto que muchos votantes lo rechazan no por negro, sino por creerlo demasiado intelectual y cosmopolita: prefieren las frases simplonas de McCain.
Que el candidato de la gente más refinada sea el negro, y el de la gente más simple sea el blanco, demuestra que los estereotipos raciales se han ido desplomando en Estados Unidos. Lo mismo ha ocurrido en muchos otros países avanzados. Tanto, que historiadores futuros que examinen la fase de la glo-balización en que hemos estado viviendo estos últimos 50 años tal vez concluyan que uno de sus aspectos más notables fue el lento desmoronamiento de la idea, que tantas vidas costó en la época de Hitler, de que alguna raza es superior a otra.
En los largos años que he pasado por una ciudad cosmopolita como Londres, he visto cambios sutiles en el poder relativo de las razas. Los cambios los encarnan las empleadas que trabajan en los hoteles. Hacia 1958, eran italianas o españolas. Veinte años más tarde, se habían oscurecido: eran negras. Pero ahora son blancas como la nieve: son polacas o lituanas. Hoy, el pasajero que vuelve a su pieza de hotel después del desayuno podrá encontrar, tendiendo su cama, a una mujer alta y rubia que sólo por sutiles matices en la delineación de su nariz o de sus pómulos, no es una reina de belleza como su hermana. Si el hotel es caro, lo probable es que ese cliente sea saudita, indio o chino: los que mandan hoy son con frecuencia más oscuros que los que sirven.
Un caso emblemático: el de Harrods. El dueño de la lujosa multitienda es egipcio, muchos de los clientes son árabes, indios o chinos, y los que atienden, bielorrusas o eslovacos. También ingleses, que hace un siglo eran los mandamases de Egipto y de la India, donde no se mezclaban con los oscuros nativos, y mandaban a sus hijos al colegio en Inglaterra. Hoy, Lakshmi Mittal, un indio que vive en Londres, controla la siderúrgica más grande del mundo. Otro indio, Ratan Tata, es dueño de Land Rover, Jaguar y Tetley, la famosa marca inglesa de té, y también de la ex British Steel, una vaca sagrada de la industria británica del pasado. Muchos indios londinenses mandan a sus hijos al colegio en la India, para no exponerlos a lo que ven como una mala educación inglesa. Por otro lado, las razas se mezclan cada vez más. En las calles de la ciudad, es común ver a una chica india, tomada de la mano de un inglés blanco, o a un negro abrazando a una rubia. Así emergen generaciones más mestizas. Van surgiendo más Obamas.
Por cierto, la piel nórdica es poco práctica en la era de la globalización. Nadie lo sabe como los que la tenemos. La mía fue concebida para ser protegida por la llovizna que se da casi sin parar en el oeste de Irlanda. Sacada del norte de Europa y puesta en un país asoleado, una piel como la mía está destinada a ser controlada, con humillante regularidad, por el dermatólogo. Por algo los genes nórdicos más inteligentes, los con más ganas de sobrevivir, obligan a los individuos en que moran a buscar el mestizaje, para mejorar la raza, para oscurecerla de manera que, en una próxima generación, se pueda desplazar por cualquier clima en forma más viable.
No es por nada que en el debate de esta noche, el candidato blanco tenga 72 años y el mestizo, 47. En cuanto a colorido, McCain representa a un Estados Unidos que en los próximos 50 años se irá despidiendo; Obama, al que lo irá reemplazando.