El Mercurio, 7 de septiembre de 2012
Opinión

Chile desde Tánger

David Gallagher.

Estamos de vacaciones en Tánger, con unos amigos peruanos y españoles. Me preguntan mucho de Chile, por lo que nuestro país nunca está lejos de mis pensamientos. Desde ya, hay un magnífico dibujo de Claudio Bravo en la entrada del hotel. Es del Rey de Marruecos, y está hecho con la fastidiosa atención al detalle que caracterizaba al eximio residente chileno de Tánger. Tan importantes como las facciones del Rey son los pliegues de las mangas de su traje.

Ayer fuimos a las montañas del Rif, para visitar la ciudad santa de Chahuen. Está pintada de azul y blanco, colores que, según dicen, ahuyentan a los insectos y al calor. Son de una belleza conmovedora, y las callejuelas empinadas y angostas por las que circulan, a pie o en burro, hombres barbudos y mujeres de ojos ardientes, nos remontan a la época de hace poco más de un siglo, en que un cristiano no podía entrar a la ciudad. Un misionero lo intentó en 1892, y murió envenenado.

En 1956, Mohammed V le permitió a la gente del Rif el cultivo de cannabis sativa para su propio consumo. El Rey los quería compensar por su heroísmo en la guerra de la emancipación, y tal vez también por la dura prohibición impuesta por Alá en el Corán al consumo de alcohol. Como era de esperar, a algunos les salieron plantas robustas, con más yerba o resina de la que podían consumir. Otros eran casi abstemios, recurriendo a sus pipas sólo en días festivos. Se generaron cuantiosos excedentes, y llegaron jóvenes de toda Europa, que volvían a sus países con la droga escondida en sus calcetines y calzoncillos. Después llegaron los traficantes profesionales. Les conté a mis amigos de la idea de dos senadores chilenos de permitir el cultivo de cannabis para el autoconsumo. Convinimos todos en que sería bueno que las drogas fueran legalizadas en todo el mundo, para desarticular a las mafias que van destruyendo a países enteros. Pero nadie estaba convencido de que se pudieran legalizar en un solo país.

Volvemos de Chahuen al atardecer, y me meto en los diarios chilenos. Me alegra ver que se progrese con la reforma tributaria. Pero me preocupo cuando leo que, según algunos ministros, la crítica a la encuesta Casen se debe a «politiquería pura, barata», y a que la Concertación no le quiere reconocer ningún mérito al Gobierno. No me cabe duda de que la oposición actual en Chile es particularmente mezquina y destructiva. Pero lo de la Casen es distinto. Es un tema que nos preocupa a muchos que apoyamos al Gobierno, a muchos que quisiéramos que se le reconocieran todos los méritos posibles. La preocupación tiene que ver con la integridad de las estadísticas en nuestro país, y con el hecho de que el Gobierno todavía no ha probado -¡todavía espero que lo haga!- que no les dobló la mano a los encuestadores, con el absurdo, el ridículo motivo de ganar unas pocas décimas en el cálculo de la pobreza. Ésta es un área en que un gobierno de derecha no puede fallar, porque si hay una virtud que se le supone a la derecha en el mundo entero, una que hace que la gente tarde o temprano vote por ella, es su tradicional seriedad y su apego a la verdad. Los amigos españoles con que viajamos están golpeados, desesperados con los recortes de Rajoy, pero les indigna aún más la manipulación de las cuentas fiscales que parece haber hecho el gobierno socialista en su último año.

Varios analistas han propuesto que la encuesta Casen sea realizada por un INE dotado de una autonomía comparable a la del Banco Central: así evitaríamos para siempre todo riesgo de argentinización de nuestras estadísticas. El Gobierno debería mandar un proyecto de ley en ese sentido al Congreso ahora mismo. Sería una forma de salir de este trance con gloria y majestad. Así nadie podría objetar la Casen de 2013.