El Mercurio, viernes 29 de septiembre de 2006.
Opinión

Chile en Nueva York

David Gallagher.

La Presidenta y su ministro de Hacienda merecen un fuerte apoyo frente a las arremetidas populistas de 20 «economistas» guiados por una mano invisible claramente política.

Chile aprovechó muy bien la apertura de la Asamblea General de la ONU, la semana pasada en Nueva York.

Primero hubo un contundente seminario sobre energía, en que intervino la Presidenta, en su excelente inglés. Después, en la sede de la delegación chilena a la ONU, se realizó una ceremonia sobria, conmovedora, en que la Presidenta develó una placa en homenaje a Orlando Letelier, en presencia de su familia y la de Ronnie Moffit.

El acto de barbarie contra Letelier de hace 30 años había sido evocado por la Presidenta en su discurso a la Asamblea. Un discurso corto, discreto, juicioso. Podría ser ella, me dije al presenciarlo, la jefa del gobierno de cualquiera de esos países que ella llama «afines»: los «like-minded countries» como Nueva Zelanda, Irlanda, Australia, Noruega o Canadá. Sentí alivio de que en Chile tengamos ahora gobernantes tan racionales. Fue entonces que apareció Hugo Chávez.

Yo no lo había visto en vivo, y su discurso me impactó. Primero, por la poderosa y peligrosa libertad que le da a un demagogo no tener que ceñirse a la razón, la verdad o la ética. Enseguida, por la extrema violencia de sus palabras. Pensé en el Chile de hace 30 ó 35 años. Nuestros políticos de entonces eran más educados, menos primitivos que Chávez, pero muchos de ellos no eran menos demagógicos o violentos. Me alegró constatar el abismo que existe entre Bachelet y Chávez, el dramático contraste que producen al oírlos en secuencia. Es una forma de apreciar lo definitiva que parece ya ser nuestra salida del Tercer Mundo. Porque al oír a Bachelet, sofisticada, moderna, moderada, uno siente que está ante un líder del mundo occidental. Al oír a Chávez, uno oye la voz odiosa e histérica de la barbarie.

Ojo, que Chávez no es pura pasión: es pícaro y astuto. Algo tiene de esos predicadores que florecen en Estados Unidos, pensé, mientras agitaba el libro de Chomsky, se persignaba para que se fuera el olor a azufre, bajaba la voz para decirle en secreto al público que Bush necesitaba un psiquiatra. Es un gran «showman» Chávez, una mezcla de déspota y payaso que hace reír y obtiene aplausos. Pero es un payaso muy peligroso, un payaso rico, que compra y compra armas.

¿Por qué tantos socialistas chilenos querrían que votemos por él para el Consejo de Seguridad? Es cierto que no cabe dejarse presionar por Estados Unidos. Pero, ¿quién presiona de verdad? ¿Quién es el verdadero matón de barrio, que ya trata de apoderarse de Bolivia? ¿Será por miedo que querrían apoyarlo? Chávez ha insultado a líderes latinoamericanos afines a Chile, como Fox y su sucesor, Felipe Calderón. Ha insultado en forma soez a Alan García. Recién sugirió que García le ganó a Humala con fraude: García, el autor con Bachelet de la promisoria amistad que ha surgido entre Chile y Perú. ¿Los socialistas chilenos han querido que traicionemos al Perú? ¿A favor del aliado de Cuba, Corea del Norte, Bielorrusia e Irán?

Con sus milicias populares y su desprecio por las instituciones democráticas, Chávez se acerca cada vez más al fascismo. Es la perfecta antítesis de Bachelet, la antítesis de lo que ella transmitió al dejar tan bien parado a nuestro país en Nueva York.

De vuelta en Chile, ella y su ministro de Hacienda merecen un fuerte apoyo frente a las arremetidas populistas de 20 «economistas» que, guiados por una mano invisible claramente política, han exigido que se elimine el superávit estructural. Increíble que lo hayan hecho justo cuando se manda el presupuesto al Congreso y se promulga la Ley de Responsabilidad Fiscal, que es un hito de seriedad en nuestra historia económica.