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Economía

Chile entre la indolencia y el apuro

Sebastián Edwards.

Chile entre la indolencia y el apuro

En la política chilena conviven la indolencia y el apuro, la indiferencia y el atolondramiento, la desidia y la improvisación.

En la política chilena conviven la indolencia y el apuro, la indiferencia y el atolondramiento, la desidia y la improvisación.

Lo anterior no lo inventé yo. Me lo dijo un amigo extranjero, un estudioso de los países emergentes que se define –acertadamente, me parece– como un “espectador imparcial de esa serie entre cómica y trágica que es Chile”.

Mi primera reacción fue rebatirle, decirle que estaba equivocado, que lo suyo era puro prejuicio, que Chile era un país de gente decidida, previsora, valiente y gallarda. Un país con un fútbol muy mejorado en relación a la norma histórica.

Estaba por hacerlo cuando mi amigo, que es un poco “nerd”, apuntó algo que, definitivamente, me dejó pensando. Dijo que Chile era el mejor ejemplo de un país atrapado en lo que en teoría de juegos se llama el “dilema del prisionero”. Los políticos toman decisiones estratégicas y oportunistas que, desafortunadamente, llevan al país al peor de los mundos. Al mundo del “perro del hortelano”, ese animal que ni come ni deja comer.

Le pedí ejemplos y, para mi sorpresa, mi amigo resultó estar muy bien informado y me dio una lista contundente.

Empezó con el drama PS-PPD. Afirmó:

“Cómo es posible que dos partidos que han sido gobierno y, se supone, son dirigidos por adultos, se encuentren en una situación en la que ‘se les acabó el tiempo’, y no alcanzan a hacer primarias. Son como esos niños a los que se les pasa el fin de semana en puras tonterías y no hacen las tareas. La noche del domingo les baja la angustia y el miedo y tratan de discurrir ideas salvadoras y ridículas: hacerse el enfermo, quebrarse una pierna, hacer la cimarra, hacer una encuesta”.

Mi amigo se mesó el cabello y prosiguió: “Los dirigentes del PS y el PPD pasaron meses en la desidia más absoluta, y al final hicieron todo en forma atolondrada y mal. El resultado es llevar agua al molino de la derecha, ayudar a la campaña de Joaquín Lavín o a la alcaldesa Evelyn”. (Cuando le pregunté por los otros candidatos de ese sector, me soltó un: “No existen. Ni su mamá votaría por ellos”).

Después de una pausa, mi amigo afirmó que había otra interpretación, una alternativa mucho más diabólica. “Tal vez”, apuntó, “no fue ni desidia ni improvisación, sino que una decisión deliberada y estratégica”.

Tomó un aire de misterio, se acercó más a la cámara del Zoom, y en voz baja, casi susurrando , dijo:

“Quizás orquestaron esto de la falta de tiempo porque, en verdad, no quieren ser gobierno, no quieren la responsabilidad de enfrentarse con la ‘primer línea’, con los Jadue, con la diputada Vallejo, con la CUT, con los carabineros, con los mapuches, con las feministas, con los camioneros”.

Traté de interrumpirlo, pero no me lo permitió. Estaba lanzado:

“Lo peor para el PS y el PPD sería ser un gobierno de izquierda, supuestamente progresista, lidiando con un Frente Amplio descabezado y sin rumbo, un Frente Amplio dando palos de ciego, en comparsa con el PC”.

Pensé que lo de los “palos de ciego” era políticamente incorrecto, pero no se lo dije. Lo dejé continuar:

“Claro, Giorgio se va a Londres a estudiar con la profesora Mariana Mazzucato y deja a les muchaches a la deriva y en desorden. Giorgio va a aprender cuestiones novedosas y sorprendentes que derrumban el mito de la superioridad del sector privado y del capitalismo. Que la internet fue posible gracias programas públicos, a fondos concursables provistos por gobiernos, por instituciones estatales. Va a aprender que fueron las platas del complejo militar-industrial las que permitieron los avances de las redes, de su twitter y de su lista de WhatsApp”.

En cuanto tomó un respiro le pregunté por la derecha. Soltó una especie de bufido y dijo que la situación era “mucho más peor”. Habló de la reforma de pensiones y de cómo el gobierno pasó de marcar el paso y moverse con parsimonia y lentitud a una urgencia sin fundamentos. Al punto que dio el horrible paso en falso de afirmar que algo que no está financiado –la ampliación del pilar solidario– tenía recursos. Un pecado mortal para una administración plagada de economistas. Luego habló de la incapacidad del sector de renovarse, de crear un polo liberal, y dijo que los chicos de Evópoli eran como los de ese tango, “los muchachos de antes usaban gomina”.

Ante tanta calamidad solo atiné a decir “Chuta,” a lo que mi amigo contestó: “Esa era la expresión favorita del antipoeta”.