El Mercurio, 22 de septiembre de 2018
Opinión

Chile, un país enredado

Sebastián Edwards.

Es hora de desenredar el debate. Igualmente importante, es hora de recuperar las buenas maneras.

Poco a poco, imperceptiblemente casi, la conversación nacional se ha ido enredando. Cuestiones básicas, sobre las que a estas alturas debiéramos estar de acuerdo, son cuestionadas y discutidas con una vehemencia sorprendente. Asuntos que debieran ser la base sólida sobre la que descansa el diálogo ciudadano son el objeto de debates violentos y descalificadores.

No solo estamos enredados, sino que además hemos perdido las buenas maneras; las hemos reemplazado por gritos y actitudes matonescas, por agresiones cobardes y anónimas en las redes sociales. Por ejemplo, los ataques y los insultos que hace unas semanas sufrió la historiadora Lucía Santa Cruz no tienen justificación alguna. Como dijo el filósofo Edmund Burke, las buenas maneras son tan importantes como las leyes; tener buenas maneras es lo que nos diferencia de los bárbaros.

Han pasado 45 años desde el golpe de Estado, y 30 años desde el plebiscito del NO. Hemos tenido tres presidentes militantes del Partido Socialista y alternancia en el poder. Uno esperaría que una visión más o menos común sobre nuestra historia hubiera surgido, visión que nos permitiría entablar una conversación civilizada sobre el futuro, que nos permitiría debatir cómo avanzar hacia el progreso, la tolerancia y la armonía. Pero lamentablemente no parece ser así. Esta actitud vociferante ha sido alimentada, en parte, por pseudo expertos y por popularizadores oportunistas que dan cátedra desde la ignorancia.

Hay varios temas sobre los que, creo, debiéramos tratar de ponernos de acuerdo, temas relacionados con nuestra historia política y económica.

Para empezar, es necesario reconocer que las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura fueron un horror rara vez visto en nuestro continente. Fue maldad pura, ejercida en forma sistemática por agentes de Estado, por individuos sádicos que seguían un plan fríamente diseñado. Las víctimas merecen respeto y su memoria debe ser recordada. Hay que recordar para que el horror nunca más vuelva a suceder. Hacerlo no es un montaje. Es una obligación moral, dictada por la decencia.

También es necesario reconocer que entre 1985 y 2015 se produjo un milagro económico en Chile. Este milagro transformó al país, permitiéndonos pasar de la mediocridad más absoluta a una posición de liderazgo regional. El ingreso per cápita (medido con el método PPP) pasó de menos de 4 mil dólares en 1980 a casi los 23 mil dólares en el 2015. Además, durante este periodo cayó fuertemente la pobreza, y la distribución del ingreso mejoró en forma importante. Es verdad que llegar a esta posición de liderazgo no fue fácil. Hubo tropiezos, partidas en falso y frustraciones. En particular, la crisis de 1982 fue profunda y costosa. A tal punto que en ese momento muchos pensaron que el modelo de libre mercado no podía funcionar en Chile. Esto también debe ser reconocido.

Hay muchas maneras de ilustrar el «milagro chileno». Se puede hacer, por ejemplo, una comparación con otros países emblemáticos de la región. Tomemos, por ejemplo, a México y a Costa Rica, y definamos el ingreso per cápita en 1990, el año que regresó la democracia, igual a 100. Los valores para el año 2017 serían los siguientes: México 139, Costa Rica 194, y Chile 248. Vale decir, durante este periodo, el ingreso promedio de los chilenos se expandió prácticamente dos veces más rápido que México, y 30% más rápido que Costa Rica.

Más de alguien dirá que estas cifras son efectivamente buenas, pero que se refieren a un promedio, e ignoran el tema distributivo. Pero resulta que en esa categoría también lo hicimos muy bien. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, en el año 2000 Chile tenía la distribución más desigual de los tres países. Nuestro coeficiente Gini era 57.7; en México era 53.1 y el de Costa Rica era 48.8. En el 2015, y gracias a las políticas sociales y al crecimiento, el ranking había cambiado notablemente. Chile tenía el Gini más bajo (48.2), seguido por Costa Rica (50.6), y México (51.8).

Pero, reconocer que en Chile hubo un milagro no significa que se pueda seguir con las mismas políticas, sin hacer cambios de énfasis y de prioridades. Es necesario aceptar que se cumplió una etapa, y que el país debe ahora moverse en nuevas direcciones. Debemos enfatizar la innovación y la tecnología, transitar por los caminos de la eficiencia y la flexibilidad. Buscar mayor diversificación y valor agregado de nuestras exportaciones.

Es hora de desenredar el debate. Igualmente importante, es hora de recuperar las buenas maneras.