www.t13.cl/blog, 26 de febrero de 2015
Opinión

Chile y la trampa de país de ingreso medio

Raphael Bergoeing Vela.

Las protestas contra el sistema económico de mercado y globalizado predominante en el mundo se han hecho más frecuentes y masivas durante los últimos años. En parte, esto es una reacción al aumento en el desempleo en los países desarrollados post crisis subprime, pero también a lo que se percibe es una distribución injusta de las ganancias que genera el modelo.

En este contexto, hoy Chile discute reformas profundas. Estas deben orientarse hacia las necesidades que la sociedad plantea, pero también deben diseñarse desde el conocimiento técnico y la evidencia acumulada, para alcanzar el desarrollo económico y superar la trampa de país de ingreso medio. Tan importante como saber qué reemplazar, es determinar qué perfeccionar y qué preservar.

La economía chilena ha progresado mucho durante las últimas tres décadas, tanto al compararla consigo misma como con la región. Nuestro ingreso promedio ajustado por poder de compra supera los US$ 20.000 anuales, y es el más alto en América Latina; no obstante, aún falta recorrer la segunda mitad del camino que nos separa de los países más avanzados, cuyos ingresos promedio bordean los US$ 40.000.

Además, la eficiencia agregada –principal fuente de crecimiento– se ha desacelerado significativamente desde fines de los años 90, y la desigualdad –potencial barrera para la sustentabilidad del crecimiento en la etapa de desarrollo que viene– se ubica entre las más altas del mundo.

Para continuar avanzando, no hay que reemplazar el modelo económico; por el contrario, debemos fortalecerlo, reparando sus fallas. De hecho, si Chile hoy puede plantearse metas más desafiantes es precisamente gracias al éxito que este modelo ha generado. Por ejemplo, sin el ingreso alcanzado durante las últimas tres décadas, probablemente hoy no estaríamos debatiendo sobre desigualdad. O al menos no lo estaríamos haciendo con posibilidades realistas de combatirla sustentablemente.

Con todo, el reto político de nuestro tiempo consiste en conciliar un mayor dinamismo económico con mayor equidad.

Sin reformas sociales que den sustentabilidad al modelo –que aporten estabilidad como lo hicieron las buenas políticas macroeconómicas en las décadas previas– y sin una institucionalidad fortalecida que proteja el buen funcionamiento de los mercados, promoviendo nuevas ganancias de eficiencia, corremos el peligro de que grupos incumbentes interesados en bloquear las reformas pendientes capturen la política pública en beneficio de su propio interés, o de que, para frenar el descontento social, predominen políticas públicas populistas.

Mejorar la educación y la infraestructura, promover la innovación y reducir los costos de la energía son todos objetivos necesarios para conseguir esas ganancias de eficiencia. Pero hay un elemento adicional, clave en la etapa que viene: los mercados deben funcionar mejor que hasta ahora. Para ello, se requiere perfeccionar dos dimensiones del modelo.

Primero, la institucionalidad protectora del consumidor, para que los distintos actores participen con poderes balanceados. Preocupan la coordinación entre autoridades con mandatos no siempre coincidentes, como las de los reguladores financieros, y la creación de tribunales especializados, con atribuciones que eviten la dualidad.

Segundo, la institucionalidad pro competencia. Al respecto, hay que mejorar el funcionamiento de la delación compensada, incrementar las multas por participar en actos anticompetitivos y asociarlas a las ventas y en montos suficientemente altos para que sean disuasivas, agregar sanciones penales, y establecer un registro nacional de infractores.

Adicionalmente, es conveniente avanzar hacia un sistema de consulta mixto por parte de las empresas que participan de una fusión, implementando umbrales que definan si procede o no la consulta.

En resumen, con una sociedad más equitativa, legitimamos la economía de mercado y preservamos la estabilidad agregada; y fortaleciendo la competencia, hacemos más sustentables y profundos los mercados. Este es lo que Chile requiere para crecer fuerte y sostenidamente y superar la trampa de país de ingreso medio.