El Mercurio, viernes 28 de septiembre de 2007.
Opinión

Chile y Perú

David Gallagher.

La extradición de Fujimori me hace reflexionar en las vueltas que da la historia.

Hacia 1986, cuando empezaba a gobernar Alan García, algunos economistas chilenos, opuestos a las políticas de Hernán Büchi, exigían que imitáramos el «exitoso modelo heterodoxo» del Perú, el mismo que terminó en una inflación de cuatro dígitos o más. Hacia el final de su mandato, García hizo lo imposible para que Fujimori venciera a Vargas Llosa, el candidato que pregonaba un modelo como el chileno. Después, Fujimori se dio media vuelta e implementó algunas de las ideas de Vargas Llosa, si bien las empañó con corrupción. Además, Fujimori apoyó el enjuiciamiento de su benefactor, Alan García. Hoy día, el mismo García no sólo administra con entusiasmo el «modelo chileno»: lo hace con enorme éxito, y el Perú crece al siete por ciento. Mientras tanto, una parte de la élite chilena parece querer ya no sólo «corregir» el modelo, sino destruirlo, añorando un pasado en que Chile era manejado como el Perú del primer García, también con inflación sideral.

García se debe estar riendo solo, al observarnos. Al ser elegido, predijo que, al implementarse el exitoso modelo chileno en el Perú, su economía iba a alcanzar a la nuestra. Su predicción nunca fue inverosímil. El Perú tiene grandes ventajas competitivas y, con el mercado, han florecido. Pero García nunca se imaginó que la tarea de alcanzarnos iba ser facilitada por cantidades de chilenos que quieren abandonar ese mismo «modelo chileno» con que él cuenta para lograr sus éxitos. Él nunca se imaginó que nosotros íbamos a querer sabotearnos. Unos ejemplos de autosabotaje. Nuestro Banco Central es elegido por cuarto año seguido, por un organismo internacional, como el mejor del mundo. No de América Latina, sino del mundo. Ante eso, a 20 senadores de la Concertación no se les ocurre nada mejor que exigir la remoción del presidente que lo ha presidido justo en ese lapso. Otro ejemplo: dos senadores de oposición se disputan, como dos niños chicos, la autoría de una reforma laboral, en un año en que cualquier cambio en las leyes laborales no puede sino abrir una caja de Pandora. Para qué hablar de las tonteras que han desparramado el candidato presidencial de la derecha y tantos otros políticos sobre el «salario ético» propuesto por un obispo.

La Concertación siempre estuvo dividida en torno al modelo, y es explicable que quiera soltarse las trenzas, ahora que hay un botín tan grande ahorrado por el fisco. Después de todo, la disciplina agota. Lo increíble es que la oposición no vea en eso una oportunidad para diferenciarse, reafirmando las bondades de la economía libre y destacando sus valores profundos en cuanto a esfuerzo, responsabilidad y dignidad del hombre, como lo hace Sarkozy en Francia. Explicada con fuerza y convicción, la sociedad libre es entendida por cualquier ciudadano, porque corresponde a su propio sentido común. Pero, en vez de pregonarla, la oposición parece querer convencernos que ellos también son de izquierda sesentera.

Chile necesita a gritos un liderazgo que restablezca el orden y la sensatez en un debate público que ya no aguanta más deterioro. La ciudadanía chilena sigue siendo sensata. La propensión a hablar idioteces es un fenómeno privativo de ciertas élites, infladas por la prensa. Al político que se atreva a apostar a esa sensatez le va a ir bien. Pero si nadie se atreve, nos va a ir pésimo. En ese escenario, Perú puede convertirse en el Chile exitoso, y Chile en el Perú miserable de antaño. Ojalá más bien ambos países logren buenos gobiernos, para que a ambos les vaya bien.