El Mercurio, 10 de julio de 2015
Opinión

Complejidades de la incertidumbre

Isabel Aninat S..

Javier Couso, en una columna en este medio, argumentaba que, respecto de las reformas que lleva a cabo el Gobierno, existiría «un pequeño grupo de la sociedad (los inversionistas) que cuenta con un poder de veto respecto de las reformas que se proponen de acuerdo a si les ocasionan (o no) incertidumbre». Este pequeño grupo se opondría, ya que «la desaceleración económica que experimenta el país sería consecuencia de la incertidumbre que generan las reformas». Planteada esta tesis, el profesor Couso decía que «aceptar que toda reforma que suscite incertidumbre no puede implementarse por ese solo motivo representa un serio problema para la propia idea de democracia representativa».

Antes de seguir al profesor Couso tan lejos en su argumentación, es mucho más interesante intentar explicar las razones de por qué las reformas no parecen entusiasmar a la mayoría de la población. Particularmente porque en dichas afirmaciones está implícita la convicción de que la población debería abrazar con entusiasmo las reformas que buscan «mover al país desde una versión particularmente ortodoxa de la economía de mercado a una versión socialdemócrata».

Es evidente que toda reforma siempre trae consigo algún grado de incertidumbre sin que importe su corte ideológico. A pesar de ello, muchas reformas de cuño social demócrata, que son las que defiende el profesor Couso, fueron aprobadas durante los 20 años en que gobernó la Concertación. Sin embargo, reformas como la tributaria del Presidente Aylwin o la reforma al sistema de pensiones de la Presidenta Bachelet no suscitaron el mismo nivel de rechazo o de incertidumbre que presenciamos hoy. Ni siquiera lo hizo la reforma constitucional del Presidente Lagos. Hoy, en cambio, según la última encuesta CEP, el 83% de las personas considera que Chile está estancado o en decadencia, la cifra más pesimista desde el retorno a la democracia.

Algunos defienden la idea de que la población se ha «comprado» la visión negativa de un grupo con «poder de veto». Sin embargo, eso no es creíble. Después de todo, en estos últimos 25 años ha aumentado significativamente la escolaridad de la población y la ciudadanía ha tomado un rol mucho más activo y crítico. Al mismo tiempo, los llamados grandes medios ya no controlan la pauta informativa, dispersa en las redes sociales, radios o nuevos medios online.

¿Qué ha cambiado entonces? Por una parte, existe un cuestionamiento al anuncio de las reformas propiamente tales. Quizás el apoyo inicial al programa fue confundido con el apoyo a la candidata y, en consecuencia, sobrevalorado. La encuesta CEP de julio 2014 revelaba que solo el 26% de los chilenos creía que la Presidenta Bachelet fue elegida en base a su programa y el 54% pensaba que fue escogida por la confianza en ella como persona.

Luego, nacieron cuestionamientos al contenido mismo de las reformas, a su concretización en proyectos de ley. La última encuesta CEP, de abril de 2015, muestra que el 65% de los chilenos cree que las reformas han sido improvisadas y el 64% piensa que las reformas no serán eficaces para alcanzar los objetivos que persiguen.

Si bien la gente quiere cambios, parece ser que no existe el mismo convencimiento en torno a realizar modificaciones de carácter tan estructural. «Cambio con estabilidad» parecería ser la consigna. Habría, como se puede inferir de la experiencia de los años de la Concertación, un aprecio por la gradualidad. Esto no es del todo descabellado si se considera que la gradualidad permite no solo la contención de la incertidumbre, sino también una evaluación de los cambios y la adecuación de los mismos a los desafíos que la realidad plantea.

Existe un factor adicional. Dada la natural incertidumbre que genera la deliberación democrática de las reformas, es innegable que el liderazgo político es fundamental para marcar el camino, calmar las aguas, orientar respecto de los objetivos prioritarios o secundarios. La falta de liderazgo de la clase política en el último tiempo indudablemente no ha ayudado a generar estas certezas.

Con esto en vista, explicar la incertidumbre en base al rechazo de un grupo de poder parece el intento de crear una relación causal que no se hace cargo de las complejidades de la realidad. Ciertamente hay más elementos a considerar, y una coalición que aspira a tener respaldo popular no puede obviarlos recurriendo a simplificaciones.