La forma para Lavín de ganar a los indecisos es con ideas concretas, y no sólo con buen marketing.
Normalmente, cabría esperar un cambio cuando una coalición ha estado 16 años en el poder. Pero, en Chile, el camino para una oposición que se dice de derecha es cuesta arriba: por algo la escalada de Lavín a veces se asemeja a la de Sísifo.
Desde ya, según la encuesta del CEP, sólo el 22 por ciento de la población se siente de derecha o centroderecha. La cifra para la izquierda o centroizquierda es similar, pero la Concertación incluye a la DC, un partido que en otros países es la derecha, y que en Chile juega en el centro.
La Concertación aglutina, entonces, un mundo imponentemente más amplio que el de la Alianza.
Felizmente para ésta, según la misma encuesta del CEP, el 35 por ciento de los chilenos, simplemente, no se identifica en el eje izquierda-derecha, ni siquiera en el centro, y el 36 por ciento no se siente representado por ninguna de las dos coaliciones. Estos «Ningunos», que son los que deciden las elecciones, no son necesariamente apolíticos. La evidencia indica que son comparativamente bien educados. La lógica dice que son gente de mente abierta, dispuesta a escuchar buenos argumentos. Si es así, la forma de ganarlos para Lavín es con ideas concretas, y no sólo con buen marketing.
La clave, tal vez, esté en cómo apropiarse del cambio que la gente debiera querer tras 16 años. Ya no basta con declamarlo: ya no existe el factor novedad en hacerlo. La Concertación, además, tiene su propia aptitud para aparentar cambio, alternando el PS/PPD y la DC, o proponiendo como candidato a una mujer. ¿No será que la idea fuerza relevante para Lavín sea no el cambio per se, sino el cambio para mejor? Un candidato DC, o una mujer, representan un cambio, pero no necesariamente uno para mejor. Si Lavín quiere convencer a los indecisos de que representa un cambio para mejor, tiene que demostrarles que tiene las mejores políticas.
No debería ser imposible. Pienso en casos de otros países donde ganó la derecha, tras proponer verdaderas revoluciones en políticas públicas. Casos como los de Reagan o Thatcher, que con sus ideas nuevas iban contra la corriente, contra lo que en ambos países se llamaba el «consenso bipartidista», un consenso socialdemócrata que, según la sabiduría común, según los políticamente correctos de la época, era el único que congeniaba con el electorado. Reagan y Thatcher tuvieron éxitos electorales espectaculares, porque convencieron a sus electorados de que sus ideas funcionaban mejor, a pesar de que mucha gente creía -y todavía cree- que un modelo antiestatista y antipopulista es muy difícil de explicar. Lo que nunca hicieron, para ganar votos, fue mimetizarse con el gobierno que pretendían vencer. Nunca intentaron copiar sus iniciativas con variantes de lo mismo, como demasiadas veces lo hace la Alianza; como lo hace, por ejemplo, con el royalty.
Ese «yo tambienismo» no funciona, porque los electorados prefieren el original.
Hay una multitud de jóvenes técnicos trabajando en los Talleres Bicentenario de Lavín. Esto, desde ya, representa una ventaja comparativa. Cabe suponer que estos jóvenes están forjando, para cada problema del país, ideas novedosas y eficaces, ideas que todavía no han sido adulteradas por los marqueteros, en su obsesión por lo que es «vendible». ¡Que no las adulteren! Si es verdad que los «Ningunos» son bien educados y de mente abierta, la mejor manera de ganarlos es con esas ideas nuevas, explicadas sin temor. Ellos se sentirán halagados de que haya políticos interesados en tomar el riesgo de convencerlos, en vez de adormecerlos con estribillos.