El Mercurio, 12 de julio de 2012
Opinión

Con voz suave

David Gallagher.

Lo más notable de las primarias fue sin duda la confirmación de que Michelle Bachelet está convertida en un fenómeno político de los que rara vez se dan en un país. Yo pensaba que su popularidad tenía algo de burbuja, de mito, de fantasía alimentada por la ausencia, y que podría disminuir ante la realidad de su regreso. Hasta ahora he estado equivocado, porque su popularidad parece incluso haber aumentado. La gente no solo la quiere: se siente impelida a ir a votar por ella.

Semejante grado de adhesión es más común en países subdesarrollados que en el Primer Mundo. Se supone que los electorados maduros no se dejan seducir tan fácilmente, y que es en el Tercer Mundo donde proliferan los liderazgos carismáticos, debido al vacío dejado por la falta de instituciones políticas sólidas. ¿Es ese el caso de Chile? En cierta medida sí, porque todavía no hemos podido construir instituciones políticas que estén a la altura de nuestro desarrollo económico. Algo de vacío político hay entonces, y Bachelet, quien siempre logró posicionarse por encima de la política, ha logrado aprovecharlo con su gran carisma.

Pero es un carisma con características distintas de las que normalmente se ven en el Tercer Mundo. Ella no es ruidosa e histriónica como Correa, Chávez o Cristina Fernández. Al contrario, habla sin declamar, como si estuviera conversando, y que la gente la quiera así habla bien de Chile; hace pensar que no somos tan subdesarrollados. Tal vez a ella le ofenda la comparación, pero su carisma me recuerda el de Ronald Reagan, cuya voz tranquila creaba desde la pantalla de la televisión la ilusión de que él mismo estaba dentro del living de cada familia. Como Reagan, ella tiene un tono, un modo que hacen que la gente la sienta cercana y confíe en ella. A diferencia del tono estridente del típico caudillo latinoamericano, el de ella sugiere una mente razonable, propensa a políticas moderadas. Por eso mismo pudo atraer a tantos votantes de centro en las primarias.

Son votantes que pueden haber oído el tono de su voz más que el significado de sus palabras. Porque hasta ahora las palabras mismas no son tan moderadas. Bachelet es una mujer que escucha -parte de su carisma está en su evidente preocupación por los problemas ajenos-, pero hasta ahora parece haber escuchado más a los más ruidosos. Ha escuchado a la «calle»: no aquella por la que todos los chilenos transitamos todos los días, sino esa que es invadida de tanto en tanto por una ínfima fracción de la población.

¿Se irá moderando en los próximos meses? ¿El contenido de sus propuestas se irá pareciendo más al tono con que ella las expresa? La respuesta la vamos a ir teniendo a medida que ella vaya explicando sus ideas más a fondo. Sobre todo cuando nos aclare la naturaleza exacta de la «nueva Constitución» que nos anuncia con tanto ahínco. ¿Quiere simplemente reducir los quórums exagerados que hay, pero manteniendo el espíritu de las democracias más exitosas del mundo, de que la Constitución ponga reglas duraderas y previsibles, y frenos a las pasiones de mayorías pasajeras? ¿O quiere lanzarse a una Constitución más chavista, una que pueda ser cambiada en cualquier momento, para reforzar la voluntad de la mayoría de turno y del Presidente que se supone la encarna?

Una prueba interesante será el tema del período presidencial. No sé si es recomendable que en Chile haya dos períodos consecutivos, como en Estados Unidos, pero si lo es, el cambio no debería favorecer al Presidente en ejercicio. ¿Está ella de acuerdo con eso? No sería malo que los periodistas le hicieran de vez en cuando preguntas de ese tipo. Nos ayudarían a entender si su pensamiento político va a volver a ser fiel a esa voz suave y casera con que ella se expresa.