El Mercurio, 3/12/2011
Opinión

Contar y no pesar

Lucas Sierra I..

A la hora de votar un importante número de leyes, el voto de un diputado vale 1,12 o 0,88, dependiendo de si es mayoría o minoría. En la Cámara hay 120 diputados. La mayoría, entonces, está conformada por 61. Si al momento de votar el diputado está entre estos 61, su voto es castigado: vale 0,88. Pero si está entre los 59 de la minoría, su voto es premiado: vale 1,12. Ajustado por el número de sus integrantes, el mismo efecto ocurre en el Senado.

Este fenómeno es relativamente nuevo en la historia de Chile. Se trata de las leyes orgánicas constitucionales (LOC), introducidas en la Constitución de 1980 y que exigen un quórum de 4/7 de los parlamentarios en ejercicio. Son leyes «supramayoritarias». Estas normas regulan un conjunto de materias: municipalidades, sistema electoral, Poder Judicial, Fuerzas Armadas y, muy actual, educación, entre muchas otras.

Las LOC son un bicho raro en la historia de Chile y en el mundo. Por dos razones: su alto quórum de 4/7 y por el trámite adicional que tienen: antes de promulgarse, pasan obligatoriamente por el control del Tribunal Constitucional.

Pobre mayoría. No sólo porque sus votos son castigados, sino también porque un órgano no electo como el Tribunal Constitucional tiene la última palabra sobre lo que se convierte o no en LOC. Y si a todo esto le agregamos la sobrerrepresentación que de la minoría suele generar el sistema binominal, hay que repetirlo: pobre mayoría.

Es raro que una ley tenga quórum supramayoritario, pero no la Constitución. Al contrario, esto último parece razonable, porque la Constitución es el pacto que la mayoría hace con la minoría sobre las cuestiones más fundamentales de la convivencia política. En la Constitución se define la forma básica del poder y sus límites como garantías individuales. Es razonable, entonces, que al definir reglas tan fundamentales la minoría esté subsidiada para ser debidamente considerada. Pero una vez establecidas así las reglas básicas del juego democrático, no hay razón para volver a subsidiar a la minoría en el amplio repertorio de jugadas que representan las LOC.

Hay al menos dos maneras de interpretar la introducción de las LOC durante la dictadura militar. Una es la lectura negativa, que desprecia la democracia y que podría asociarse a la famosa frase de Pinochet en el sentido de que él iba a dejar «todo atado y bien atado». Hay varios pasajes en la preparación de la Constitución de 1980 que pueden leerse así.

Por ejemplo, el ex Presidente Jorge Alessandri dijo al Consejo de Estado en 1979 que si de él dependiera «suprimiría el sufragio universal, convencido como lo está de que son muy pocas las personas capacitadas para intervenir en los problemas de gobierno.» Y los consejeros Ibáñez y Cáceres propusieron «evitar hasta donde sea posible el sufragio universal».

Otra lectura es más benevolente. Las leyes supramayoritarias podrían reflejar la preocupación clásica de las democracias liberales por la demagogia y el peligro de que una mayoría transitoria y circunstancial pueda alterar las bases de la convivencia política.

Posiblemente, ambas lecturas se mezclan en el caso chileno, pero ninguna justifica las LOC. La lectura negativa es una razón fuerte para derogar su quórum supramayoritario. Y la razonable preocupación que refleja la lectura positiva puede ser atendida de una manera respetuosa con la mayoría: quórum supramayoritario para la Constitución y, para el caso de las leyes que se consideren especialmente importantes, mayoría absoluta, es decir, la mitad más uno de los parlamentarios en ejercicio.

Y todo esto, sin intervención previa y obligatoria del Tribunal Constitucional. No hay que seguir corriendo el riesgo de que éste se transforme en una tercera instancia legislativa, además de la Cámara y el Senado.

El 2012 se ha anunciado como el año de las reformas políticas. En buena hora, para que la política vuelva a sus instituciones y salga de la calle. La eliminación de las LOC debe ser parte de esa reforma. Para que al legislar los votos sean contados y no pesados.

EL 2012 SERÍA EL AÑO DE LAS REFORMAS POLÍTICAS. EN BUENA HORA, PARA QUE LA POLÍTICA VUELVA A SUS INSTITUCIONES.