En mi último artículo, comenté una encuesta del CEP, Cieplan, Libertad y Desarrollo, el PNUD, y ProyectAmérica, que indicaba que éramos un país de gente apolítica e individualista; gente liberal, dedicada a la vida privada, con pocas exigencias ideológicas. A diferencia de lo que creen los políticos, cuando confunden desmanes callejeros con la voluntad de las mayorías, no hay en Chile una gran demanda por más y más igualdad, o por más y más ayuda estatal. En general, los chilenos quieren vivir de su propio esfuerzo y armar sus propios proyectos de vida.
Sin embargo, cabe reconocer que en esa misma encuesta hay contrapuntos que sugieren, por lo menos a primera vista, que en el país hay también fuerzas contrarias a una sociedad fundada en la propiedad privada y en la libertad. La misma gente que apoya premiar el esfuerzo individual «aunque se produzcan importantes diferencias de ingresos», cree que es mejor que las empresas sean estatales y no privadas. También privilegia la seguridad ciudadana por encima de las libertades personales. Y el individualismo de los chilenos tiene aspectos perturbadores. Está bien que no pertenezcamos a partidos políticos o a sindicatos. Pero no es sano, creo yo, que el 92 por ciento no pertenezca ni siquiera a «asociaciones voluntarias». En una sociedad libre, éstas suelen generarse espontáneamente, y conforman una potente línea de defensa contra los excesos del poder.
Otro problema: somos muy desconfiados. Con excepción de Carabineros y las Fuerzas Armadas, las instituciones del país despiertan «poco o nada de confianza». Peor aún, solo el 23 por ciento dice poder «confiar en la mayoría de las personas».
Muchas de estas respuestas, poco convenientes para una sociedad libre, tienen su explicación. ¿Por qué se cree que son mejores las empresas estatales que las privadas? Porque cuando se privatizó, siempre se hizo pidiendo disculpas, como si el legislador reconociera que las estatales eran mejores. Porque las élites nunca se atrevieron a explicar por qué conviene que un Codelco cuente con capitales privados, y por qué no conviene que el Estado apueste todo en un solo metal. También, porque la Iglesia Católica no se resigna a que el capital lucre; y porque a diferencia de Estados Unidos, donde la empresa privada goza de mucho prestigio, el sector privado chileno practica la filantropía con timidez y desgano.
En cuanto a que la gente privilegie la seguridad sobre la libertad, es porque se siente insegura. Sin seguridad es difícil disfrutar de la libertad. ¿Y cómo no se va a sentir insegura la gente, si el 80 por ciento tiene «poco o nada de confianza» en los tribunales de justicia? En Chile parece que no creemos contar con ese sine qua non de la libertad que es el imperio de la ley; más bien creemos que las instituciones no funcionan.
Pero sería una pena que no tuviéramos el ánimo para crear nuestras propias asociaciones voluntarias, si es verdad que no lo tenemos. Orwell decía que si bien la libertad de los ingleses descansaba en su vocación por la vida privada, era reforzada por su capacidad para juntarse en torno a «lugares y cosas que, siendo comunales, no son oficiales: el ‘pub’, el partido de fútbol, una rica taza de té». Ahora bien, ¿los encuestados habrán entendido la expresión «asociación voluntaria»? No creo que seamos tan, pero tan misántropos. En una próxima encuesta cabría desglosar el concepto, poner ejemplos concretos. La pichanga, un buen asado, las fondas del Dieciocho, son instancias de asociación voluntaria, en que, intuyo yo, participa más del ocho por ciento.