La Tercera
Opinión
Modernización del Estado

¿Cuándo es ahora?

Lucas Sierra I..

El riesgo concreto, sin embargo, es que no pase nada. Que se vayan los años que le quedan al gobierno y que el que venga vuelva a concentrarse en lo urgente. Y el que lo siga. Y el que siga a ese.

Hace un par de meses, el Presidente Piñera anunció -aunque sin detalles- “reformas institucionales”; sobre el Congreso, los jueces, la Contraloría, Tribunal Constitucional (TC), Consejo de Defensa del Estado y Ministerio Público. Luego siguieron varias reuniones y fotos del ministro Chadwick, y más declaraciones. Muchos miramos con cauta esperanza.

Pero hace algunos días, los propios partidos de gobierno pidieron sacar el pie del acelerador. Mejor concentrarse en lo más urgente, dijeron, como pensiones, impuestos, trabajo, seguridad. El Presidente respondió: “No se puede hacer todo en un día, pero sí tenemos que prepararnos para hacerlo todo”.

Razonable advertencia de los partidos; sensata respuesta del Presidente.

El riesgo concreto, sin embargo, es que no pase nada. Que se vayan los años que le quedan al gobierno y que el que venga vuelva a concentrarse en lo urgente. Y el que lo siga. Y el que siga a ese.

¿Cuándo es ahora con estas reformas que, no siendo urgentes, son esenciales? En general, cuando pasa algo que las gatilla. Algo terrible, como una fractura del sistema, algo malo, como un escándalo. Entonces se hacen inevitables, pero el daño está hecho.

No es razonable esperar a que ese gatillo se apriete. Hay que empezar con ellas ahora, aunque sean aprobadas en gobiernos futuros. En casi todas hay diagnósticos y propuestas más o menos compartidas. Hace poco, por ejemplo, un distinguido grupo transversal de académicos propuso reformas específicas al TC. En nada se parte de cero.

Es sorprendente que sea la propia derecha la que llame a postergar la mejora institucional cuando tiene -al menos hasta hoy- una razonable expectativa de seguir en el gobierno. Esto sugiere una actitud bien poco republicana.

Y para el Presidente Piñera implicaría perder una oportunidad concreta de alcanzar ese carácter que le ha sido algo esquivo: el de estadista.