El Mercurio, lunes 13 de marzo de 2006.
Opinión

Cutis y creencias

Lucas Sierra I..

“Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventu-rar la vida”, le dice el Quijote a Sancho. Quizás hay algo de esta influencia hispana en la jerarquía y extensión que le hemos dado a la honra como derecho. En 1993, por ejemplo, la Corte Suprema sostuvo que “la sociedad política se organiza precisamente” para preservar y defender la honra. Y hace no mucho dijo que ella “debe gozar de preeminencia sobre otros derechos.”

No sólo las personas de carne y hueso tienen aquí derecho a la honra. También el Estado, los cargos públicos, las familias, las Fuerzas Armadas, entre otras distintas organizaciones. Incluso, y para no andarse con chicas, los tribunales le han reconocido un derecho constitucional a la honra al mismísimo Jesucristo.

Sin duda, la honra merece protección jurídica, pues tiene que ver con el patrimonio moral de un individuo, con su dignidad y crédito. Esto justifica una protección razonable por parte del derecho. En Chile, sin embargo, la protección no ha sido razonable. Se le ha dado un alcance excesivo, amparando instituciones y divinidades, y una jerarquía injustificada en una sociedad que dice valorar la libertad de expresión.

La violencia desatada por la publicación en Europa de unas caricaturas sobre Mahoma ha motivado nuevos intentos por exacerbar la honra. Casi con añoranza, algunos han contrastado la reacción musulmana con la supuestamente tibia que tendrían los católicos ante libros y películas que aluden a su fe de manera heterodoxa o, sencillamente, irrespetuosa.

Y como la blasfemia ya no es delito en Chile, echan mano del derecho a la honra, con la esperanza de que se impongan censuras y autocensuras. Una representación heterodoxa o irrespetuosa de una religión, nos dicen, viola el derecho a la honra de sus creyentes. ¿Es esto correcto? ¿Mofarse del marxismo viola la honra de un izquierdista? ¿Y reírse de Locke la de algún liberal? Si lo fuera, las ideas serían intangibles, la libertad de expresión desaparecería, el silencio sería opresivo y estéril.

Semejante hipertrofia del derecho a la honra resulta, además, incompatible con las sociedades a que aspiramos, ya que impide la cooperación social a gran escala. Puede funcionar en grupos relativamente pequeños y homogéneos, como las mafias. Pero no en sociedades extensas y diversas, pues es casi imposible interactuar con extraños siempre propensos a ofenderse y a reaccionar por la ofensa.

La cooperación social exige un cutis menos delicado. Respecto de las ideas y creencias, al menos.