El Mercurio, viernes 10 de diciembre de 2004.
Opinión

De la barbarie a la paz

David Gallagher.

El camino a seguir ahora no es el de recriminar,sino el de evitar que estas cosas se repitan y, enseguida, promover la reconciliación.

Hemos visto muchas formas de reaccionar al informe sobre prisión política y tortura. A un extremo, aunque parezca increíble, hay gente que alega que los denunciantes actuaron por incentivo económico. Al otro extremo están los jacobinos, que con avidez hurgan detrás de las cortinas y debajo de los pisos, para encontrar más y más culpables, y constatar su propia superioridad moral. Entremedio hay quienes hacen objeciones desde algún ángulo específico: que el trabajo no tiene valor probatorio, que no se dieron los nombres de los torturadores, que el contexto está mal explicado. Pero el punto es otro, y los chilenos lo entienden. El punto es que, en materia de «prisión política», durante 17 años hubo barbarie. En ese período se hicieron visionarias reformas económicas, que son la verdadera razón de por qué Chile hoy día se distingue del resto de América Latina. Pero en materia de prisión política, hubo barbarie.

Todos deberíamos leer el informe. El mero hecho de que exista, habla muy bien de Chile. Habla de sus altos patrones éticos. El informe, además, le depara al general Cheyre un valioso instrumento para cambiar en el Ejército la visión que permitió que esta barbarie ocurriera. Esa visión puede haber sido importada de Brasil o Estados Unidos o Francia, pero en septiembre de 1973 ya estaba arraigada en Chile. De otra forma, no se explica que, a días del golpe, se practicaran apremios brutalmente similares a lo largo del país.

En realidad, uno ahora aprecia más que nunca la sabiduría del documento de Cheyre de hace un mes, en que hablaba del «fin de una visión». Ese documento, cuyos propósitos Cheyre reafirmó esta semana en el seminario del Ejército sobre derechos humanos, no era sino parte de un valioso proceso empezado hace un tiempo, de educar a los soldados de Chile en materia de derechos humanos. De enseñarles que cuando la sociedad les confía el monopolio de la fuerza coercitiva, tienen una responsabilidad muy especial. Porque cuando hay diez hombres armados contra uno inerme, es terrible el daño que se le puede infligir. Educarlos a entender que ese cuerpo inerme podría ser el de uno mismo, y a tratarlo como tal. Educar y educar: lo que se hace cuando se quiere transitar de la barbarie a la civilización. En este camino, así como en el que va al desarrollo económico, nos estamos, felizmente, comparando en Chile cada vez más con países como Finlandia y Nueva Zelanda, y no con países de América Latina o de África; tampoco con los Estados Unidos de Abu Ghraib y Guantánamo. En Chile, en derechos humanos como en desarrollo económico, no tenemos por qué no aspirar a lo mejor.

El camino a seguir ahora no es el de recriminar, sino el de evitar que estas cosas se repitan y, enseguida, promover la reconciliación. Por eso, son conmovedoras las palabras conciliadoras de monseñor Valech, o las del senador Núñez cuando habló en el seminario del Ejército. O las del Presidente Lagos al presentar el informe. ¡Qué contraste entre esas palabras y la campaña de odio desplegada por quienes pretenden sacarle dividendos políticos al informe!Peor aún, que el diario del Gobierno (que exista como tal ya es insólito en un país democrático) se dedique a injuriar a personas, incurriendo en un abuso del poder del Estado que es, simplemente, gangsteril. El deber que tenemos todos los chilenos, desde el Presidente para abajo, es más bien el de, ahora, sacrificar nuestros odios y postergar nuestros prejuicios, en aras de una verdadera reconciliación. El camino lo han mostrado ya Cheyre, Núñez y muchos otros.