La cumbre empresarial que acompañó la de los jefes de gobierno de la APEC, fue organizada con deslumbrante brillo por Andrónico Luksic. Tal vez no sea casual que este año él llegara también nada menos que a la cumbre del Everest, a pesar de que no es un atleta profesional, sino un empresario que empezó a escalar montañas pasados los cuarenta. Al escalar el Everest, Luksic encarnó una poderosa metáfora para la cumbre de la APEC. Una metáfora de que lo improbable no es siempre imposible, y de que muchas veces la brecha entre lo improbable y lo posible se puede cerrar con audacia, tesón e inteligencia. Para reforzar esa metáfora, el discurso al almuerzo de los empresarios de la APEC fue pronunciado por Erick Weihenmayer, un hombre ciego que también llegó a la cumbre del Everest.
Como todas las metáforas, la de un empresario o un ciego escalando el Everest puede ser peligrosa: lo sería en mi caso si yo tratara de emularlos. Pero también es inspiradora. Porque es verdad que el hombre se vuelve creativo sólo cuando decide no limitarse a lo que sus ojos ven. Y eso vale no sólo para las personas sino también para los países. Después de todo ¿quién veía hace 30 años que Chile podría convertirse en los ojos de América Latina en Asia?
Yo no, porque yo siempre he sido fatalmente eurocéntrico. Ahora me doy cuenta de lo sesgado que he sido. Entre sus múltiples méritos, la cumbre de la APEC ha servido para abrir los ojos de chilenos como yo, que no veían hasta qué punto se han movido los centros de poder. Porque como lo dijo Robert Rubin, hoy día ya tenemos la casi certeza de que en unas pocas décadas, China tendrá la economía más grande del mundo, y un peso geopolítico equivalente.
Para un eurocéntrico y anglófilo como yo, la cumbre también brindó un grato consuelo. La presencia de los líderes de Asia en nuestro país no sólo nos abre nuevos mundos; nos demuestra que en ellos hay también mucho de familiar. Hay por ejemplo un fuertísimo legado británico. Desde ya el idioma. El inglés no sólo es la lingua franca del APEC. Muchos de sus líderes políticos y empresariales lo hablan con sutileza y elegancia. Entre ellos el presidente Lagos, que en las reuniones lo usa para pronunciar, sin notas siquiera, discursos de alto vuelo intelectual.
Al oír no sólo a los primeros ministros de Australia y Nueva Zelanda, sino a los de Malasia y Singapur, uno se da cuenta también de la poderosa influencia que tienen en la región las milenarias libertades inglesas. Estas se manifiestan en las mentes abiertas, desprejuiciadas, y analíticas de esos líderes: cualquier problema lo discuten con un pragmatismo envidiablemente desideologizado. Al oírlos, pensé en nuestra clase política, tan superior a la del resto de América Latina, pero todavía con tanto que aprender. Esos cuatro países tienen todos tasas de crecimiento o niveles de vida que para nosotros parecen casi inabordables. ¿Por qué? En gran parte, porque sus políticos están libres de las pesadas ideologías que todavía intoxican a tantos de los nuestros.
Claro que no todo en la vida es eficiencia y economía. Eventos como la cumbre de la APEC serían enriquecidos, y legitimados frente a muchos que se sienten excluidos de la globalización, si fueran complementados por encuentros culturales. Sería fantástico que cada año, en cada ciudad anfitriona, hubiera una exposición de arte de los países integrantes. También conciertos, teatro, ferias, y debates intelectuales. Cabe globalizarnos también en temas que atañen a lo que más importa: las necesidades de nuestro espíritu.