Viajar ayuda a tomar distancia, a cambiar de perspectiva, lo que viene bien cuando el país vive momentos álgidos que dejan poco tiempo para pensar. Es lo que he sentido durante una estadía en Nueva York.
Primero, una vivencia. Cuando llegué, se dañó mi I Phone. No se cargaba. Me dirigí al elegante cubo que tiene Apple en la 5a Avenida. Me atendió un joven de 23 años. Me examinó el teléfono y me dijo que no tenía remedio; pero que no me preocupara, me lo cambiaban. No lo compré aquí, le dije; me lo vendió mi operador móvil en Chile. Da lo mismo, me contestó. En 5 minutos, tenía mi chip instalado en un teléfono nuevo, igual al anterior. No tuve que pagar nada.
El joven no me pidió ningún documento. No fue a consultar a nadie. Tomó la decisión él, sin vacilar. Qué agradable, pensé. Una empresa ágil y simple, fundada en la confianza. ¿Será por eso que Apple es la que más vale en el mundo, con un valor bursátil que supera los PIB combinados de Chile y Argentina? ¿Será gracias a empresas como Apple que a Estados Unidos le va tan bien?
El futuro de ese país es de verdad promisorio. Sus recursos naturales son inigualables. Para qué hablar de los humanos. No solo por los creadores e inventores. Su composición demográfica es mucho más joven que las de Europa o China. Tiene problemas, sin duda. La Casa Blanca atina poco en su política exterior. Hay demasiada desigualdad. El costo de la política es excesivo, y su financiamiento demasiado curioso. Botones de muestra: Hillary Clinton todavía no es candidata y ya le han juntado unos 500 millones de dólares; y los dos hermanos Koch se jactan de que van a donar 900 millones a los republicanos. Pero el país tiene una gran capacidad para enfocar sus problemas con pragmatismo, sin excesos ideológicos. Claro que hay gente extremista, sobre todo en la derecha; y como en todas partes, hay quienes optan por la victimización, buscando a quién acusar, buscando a los «culpables» de su propio malestar. Algunos de éstos «ocuparon Wall Street» en 2011. Apuntaron certeramente a la desigualdad, pero a nadie se le ha ocurrido gobernar para ellos. En realidad casi nadie en Estados Unidos quiere «derrumbar el modelo». La política bipartidista tradicional sigue vigente, y el país es muy estable.
Qué distinto es el caso de algunos países europeos, en que la corrupción y la crisis del estado de bienestar han conducido a que la gente repudie a los partidos tradicionales, y busque caras nuevas. De allí que florece un populismo carismático en que, muy notoriamente, los extremistas de izquierda y de derecha se van pareciendo cada vez más. Un ejemplo: Francia. Este domingo habrá elecciones municipales, y el Frente Nacional de Marine Le Pen, de extrema derecha, podría ser el partido más votado. ¿Extrema derecha? Bueno, sus políticas son similares a las de una extrema izquierda como la de Podemos en España o la de Syriza en Grecia, que por cierto gobierna con la extrema derecha. Le Pen propone la nacionalización de los bancos, jubilación a los 60 años, aranceles altos para proteger a los franceses de la «salvaje y anárquica globalización», y el retorno del franco. Hostil a Estados Unidos, admira a Putin, y ha aceptado un crédito de 10 millones de dólares de un banco ruso cercano al Kremlin, lo que no perturba a sus seguidores, entre los cuales los más leales son los trabajadores.
En Francia, España o Grecia, está de baja la racionalidad. ¿En Chile, dónde estamos? Me temo que, por el momento, más cerca de esos países que de los Estados Unidos. Nuestros partidos están desprestigiados, y la racionalidad también. A años luz del espíritu de confianza que hay en Apple, todo el mundo acusa, y pocos proponen. Un hervidero para alguna versión criolla de Le Pen o Podemos.