El Mercurio, 2 de septiembre de 2016
Opinión

Después de la CEP

David Gallagher.

Hay una respuesta que confirma como ninguna el daño que han hecho estas imposiciones elitistas.

Siempre he celebrado a esa gente que se niega a optar por las alternativas que le ofrecen en las encuestas. Como en la última del CEP, frente a la pregunta de si son de derecha, centro o izquierda: ese 57 por ciento que contesta «ninguna». Para algunos analistas es un signo de alarmante despolitización. Yo lo veo más bien como una demostración de que la gente es autónoma al pensar, y que por tanto cuestiona las categorías simplificadoras que le ofrecen las élites. Nada más sano.

¿Qué augura la CEP para el futuro? Desde ya, que el próximo presidente debería gobernar sin retroexcavadora.

Pero esta autonomía ha resultado incómoda para la Presidenta. Porque a diferencia de su gobierno anterior, optó esta vez por imponer un programa concebido por una pequeña élite de intelectuales y de dirigentes estudiantiles, a contrapelo del sentido común de la gente. De allí los ingentes recursos dedicados a implementar objetivos ideológicos, como la gratuidad universitaria, en vez de destinarlos a fines prácticos, como el de mejorar la educación pública. Para qué hablar de la nueva Constitución. Pocos chilenos la ven como prioritaria. Preguntados sobre «cuál debería ser la primera prioridad del país», optan por delincuencia, desarrollo económico, salud y empleo. Solo al final de la lista vienen Constitución o gratuidad universitaria.

Hay una respuesta que confirma como ninguna el daño que han hecho estas imposiciones elitistas. Le preguntan a la gente qué nota le pondría a cada presidente que ha habido desde el retorno a la democracia. La mejor nota de todas -un 4,76- se la lleva el primer gobierno de Bachelet; la peor -un magro 3,30- el gobierno actual. Fascinante la diferencia. La gente con razón quiere a Bachelet, pero no lo que está haciendo; y votó por ella pensando en ese primer gobierno sensato y pragmático, y no en el «mamotreto» ideológico, que casi nadie leyó.

La premisa de ese mamotreto era que en Chile había un gran malestar y por tanto una demanda profunda por un cambio de modelo. En este tema la encuesta del CEP es iluminadora. Porque descubre que los encuestados en su mayoría están muy satisfechos con su propia vida. Lo que creen es que somos los demás chilenos los que estamos mal. ¿Por qué esta distinción tan ilógica? Si yo estoy contento, debería suponer que lo están los demás, al menos que me crea muy privilegiado. La única explicación que se me ocurre es que la gente ha sido influida por el negativismo que diseminan muchos políticos, periodistas y comunicadores sociales. Eso explica también el grado de desprestigio en que han caído las instituciones, para no hablar de la política misma.

¿Qué augura la CEP para el futuro? Desde ya, que el próximo presidente debería gobernar sin retroexcavadora, concentrándose más bien en buena gestión. Son decidoras las respuestas sobre las características que la gente quisiera ver en él. Que sea de centro tirando un poco a la derecha. Que sea honesto y confiable. Que se preocupe de los «problemas reales del país». Que ejerza liderazgo. Que sea capaz. Pero -cosa curiosa- a la gente no le parece vital que cuente con «preparación para ser presidente».

En este último punto hay un atisbo de peligro, si se considera que tres de las cuatro figuras mejor evaluadas en la CEP son políticos cuyo principal atributo es que son nuevos y por tanto poco preparados. En el ambiente negativo en que vivimos, el mero hecho de ser nuevos hace que nos parezcan atractivos, aun cuando no sepamos mucho de lo que piensan, fuera de que encuentran que todo en Chile está mal.

En general en este momento somos vulnerables al encanto de populistas recién aparecidos. La próxima elección se decidirá entre quienes sucumban a ese encanto, y quienes, aleccionados por la experiencia del actual cuatrienio, opten por evitar más aventuras.