Cuando veo a Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet todos juntos en un estrado, veo una imagen de solidez colectiva: veo a personas de las cuales, cuando están juntas, emana una fuerte carga simbólica, la carga positiva de ser o de haber sido, con éxito, presidentes de todos los chilenos.
Por eso siento un fuerte rechazo cuando uno de ellos abusa de esa imagen. Es lo que hizo Frei el lunes, en el aniversario del plebiscito, al pronunciar, frente a Aylwin, Lagos y Bachelet, un discurso de campaña, en que afirmó, irresponsablemente, que si ganaba Piñera, habría un estallido social en el país.
“Cuidemos Chile”, decía siempre Lagos, cuando era presidente. No hay momento en que cabe cuidarlo más, que cuando todos los ex presidentes están juntos. Porque si allí uno de ellos deja de cuidarlo, los demás se vuelven cómplices de su irresponsabilidad, y la imagen colectiva que emana ya no es de solidez republicana, sino de inestabilidad, de fragilidad, de ruptura. Por algo Aylwin se apresuró a desenmarcarse de lo dicho por Frei, con el grato apoyo de ese otro adalid de las virtudes republicanas que es Gabriel Valdés. ¿Pero qué opinan Lagos y Bachelet?
El tema no es menor si uno piensa en la impresión que se puede llevar un país aliado, o adversario, de Chile, o un inversionista extranjero, al ver a un candidato, acompañado de todos los que han presidido el país desde 1990, insinuar que si gana la oposición, el país será ingobernable. ¿Tan frágil, se preguntará, es la institucionalidad forjada por la Concertación? ¿La democracia chilena funciona sólo si no hay alternancia en el poder? ¿Bajo qué criterio es democracia entonces?
Desde luego esta campaña del terror es poco creíble para los que vivimos en el país y seguimos las noticias día a día. Si hay alguien que parece estar en dificultades para ofrecernos gobernabilidad, es el propio Frei. ¿Cómo la ha de ofrecer si su coalición se está despedazando? Con una coalición tan desmembrada, Frei tendría que estar desplegando una tremenda capacidad de liderazgo justo ahora. Al contrario, se le ve sin rumbo propio, tironeado de una dirección a otra por políticos y asesores.
Cuando veo a los ex presidentes, con la actual mandataria, todos juntos en el estrado, tengo otro sentimiento, la de misión cumplida. Esa y no otra era la gente a la que le correspondía gobernar tras el triunfo del No, pienso. Lo hicieron bien, y merecen nuestra gratitud. Pero ya concluyó su obra. Se completó un ciclo. Esta gente no es la llamada a liderar la etapa nueva en que el país necesita entrar. Después de 20 años, tendrían más bien que saber retirarse, como lo hicieron Aylwin y Lagos. Es que en Chile, como en todo el mundo, los ciudadanos se cansan cuando un grupo de líderes se aferra demasiado al poder, intuyendo, con razón, que ellos también se cansan.
En realidad la gran obra de la Concertación se vería consolidada como nunca si se diera una ordenada alternancia. Sería la prueba de que la democracia chilena se afirmó de verdad. Sería la prueba de la vocación republicana de la Concertación. ¿Por qué Aylwin, Lagos y Bachelet ven, al contrario, a la alternancia como una amenaza, una derrota? La misma presidenta, ¿se ha preguntado por qué hay una brecha tan sideral entre su popularidad y la de Frei? ¿No es porque la quieren muchas de aquellas personas que piensan votar por Piñera o Enríquez-Ominami? La quieren justamente porque la ven como presidenta de todos los chilenos. Eso es lo que le da su capital moral. ¿Por qué depredarlo, inmiscuyéndose en una campaña tan pródiga en bajezas? ¿Por qué alienar a la mitad de sus admiradores?