El Mercurio, 11 de agosto de 2018
Opinión

El cambio de gabinete y la economía «debilucha»

Sebastián Edwards.

El problema es que las reformas han demorado más de lo esperado. Ha habido más ruido que nueces. Es hora de que el presidente picanee a los bueyes.

Otra vez Michelle Bachelet acaparó la atención del país. En su primera entrevista luego de dejar La Moneda, dijo que la economía estaba «debilucha».

Esta afirmación estuvo flotando en el aire durante el cambio de gabinete. El Presidente Piñera dedicó casi toda su alocución a desmentir -aún sin nombrarla- a la ex Mandataria. Piñera nos recordó que durante lo que va de su mandato la economía se ha expandido cuatro veces más rápido que en el cuatrienio anterior, y que la inversión se encuentra nuevamente al alza.

La verdad es que la economía chilena tiene fortalezas y debilidades.

Empecemos por las fortalezas. No cabe duda de que la nueva administración produjo un cambio en las expectativas empresariales, incluso en la actitud de los inversionistas extranjeros, los que han regresado con fuerza.

Además, el Gobierno está moviéndose en la dirección correcta, al enfatizar la necesidad de aumentar la inversión, las contrataciones, y la productividad.

El problema es que las reformas han demorado más de lo esperado. Ha habido más ruido que nueces. Es hora de que el Presidente picanee a los bueyes.

Eso es justamente lo que el cambio de gabinete va a permitir.

La llegada de Carolina Schmidt a Medio Ambiente se va a traducir en una gestión ejecutiva y competente, que compatibilizará la necesidad de asegurar inversiones de significancia nacional, con la protección medioambiental. Estos proyectos deben incorporar tecnologías relacionadas con la inteligencia artificial, y crear buenos empleos. La ministra Schmidt es conocida por su enorme capacidad para solucionar problemas y evitar confrontaciones. Su incorporación al gabinete fue una genialidad de parte del Presidente.

Marcela Cubillos, con una extensa experiencia política, podrá navegar las difíciles aguas de Educación sin producir conflictos innecesarios. No hablará de bingos, ni de «pequeñas humillaciones».

Pero no nos engañemos: la labor de Marcela Cubillos será extremadamente compleja. El desafío es mejorar la calidad de nuestra educación, la que es peor que pésima. En la última prueba PISA ni un solo niño o niña de Chile logró alcanzar el escalafón superior en ciencias o matemáticas. En contraste, varios niños y niñas lograron esta posición en la ciudad de Buenos Aires.

Si no hacemos un cambio curricular de fondo, será imposible competir con éxito en una economía crecientemente tecnificada y globalizada. Pero los cambios curriculares no se improvisan; toman tiempo y esfuerzo. Lo lógico sería empezar con programas experimentales en distintos puntos del país.

La anunciada reforma tributaria simplificará el sistema, y creará nuevos incentivos a la inversión. Al mismo tiempo, y al margen de los desaciertos verbales, los programas del ministro Valente para destrabar inversiones y darles «vía rápida» debieran dar resultados en la segunda mitad del año.

A lo anterior hay que sumarle las iniciativas del ministro Juan Andrés Fontaine. Puertos, carreteras, y aeropuertos modernos e inteligentes permitirán darles mayor valor agregado y complejidad tecnológica a nuestras exportaciones.

La iniciativa de teletrabajo es buena, pero digamos la verdad: es relativamente menor. Y hasta ahora no hemos sabido los detalles de la reforma de pensiones. La esperanza es que cumpla con los objetivos de mejorar los ingresos de los jubilados, incentivar las contribuciones y darle un empujón al empleo formal.

Pero es necesario reconocer que la economía también tiene una serie de debilidades. Algunas de origen interno, y otras que provienen del resto del mundo.

La insistencia -obsesión, realmente- del ministro de Hacienda por recuperar la calificación de la deuda soberana se ha transformado en un lastre. Ciertamente, el equilibrio fiscal es esencial, pero no debe nublar toda la agenda.

Más importante que el nivel de gasto, es su composición. El desafío es redirigir el gasto público hacia inversión. Más todavía, un mayor gasto en infraestructura debiera ser financiado con deuda. En la medida en que estos no sean desembolsos recurrentes, no existe el peligro de una espiral de endeudamiento.

Pero quizás la mayor preocupación es que hay una alta probabilidad de que en los próximos 18 a 24 meses se produzca una recesión en Estados Unidos, gatillada por la guerra comercial iniciada por la administración Trump.

Cada vez que el entorno internacional se torna negativo, nuestra economía se ve golpeada. Más grave aún, la probabilidad de implementar reformas profundas se hace sumamente difícil. ¡Mala cosa!