Es un tema central de las tragedias griegas, y de las de Shakespeare: el hombre de poder que se desmorona por un defecto de carácter, o por un acto inapropiado, o por un golpe adverso, o porque simplemente voló muy alto. Y no hay tema que estimule más a los periodistas. Nada más fascinante que la caída de un hombre público cuyo auge ellos mismos habían narrado. Una caída como la del jefe del FMI, Dominique Strauss-Kahn, o DSK, como le dicen en Francia.
Ayer, DSK se presentó por segunda vez ante un juez de Nueva York, tras tres noches en la dura cárcel de Rikers Island. Le concedieron libertad bajo fianza, sujeto a andar con un brazalete electrónico. Era un probable candidato socialista en las próximas elecciones presidenciales francesas y, según las encuestas, le ganaba de lejos a Sarkozy.
El cuento de lo que le pasó parece increíble. El sábado pasado, DSK estaba de paso en Nueva York, en el Sofitel de la calle 44. De repente, una empleada entra a su suite, para limpiarla. Ella -es de Ghana, y vive con su hija en el Bronx- cree que la suite está vacía. Pero él irrumpe desnudo desde el baño, y como si la estuviera esperando, la embiste. Procura violarla, pero «sólo» logra obligarla a darle sexo oral. Horas más tarde, la policía lo detiene en un avión de Air France, cuando está a punto de volar a París, donde iba a forjar, con Angela Merkel, un nuevo plan para Grecia.
¿Alguien en Hollywood estará ya tratando de asegurarse los derechos? Los ingredientes sí que son de película. Un cuento que bordea lo inverosímil, y que puede conducir a un juicio largo, como el de O. J. Simpson, en que tal vez nunca se sepa la verdad. Hay una dimensión psicológica, porque si DSK hizo lo que dicen, habría entrado en una etapa autodestructiva de su vida, ya que es casi imposible que, en una ciudad como Nueva York, no lo denuncien por algo así. Por otro lado, están los personajes. Una inmigrante pobre enfrentada nada menos que al jefe de ese FMI que ha hecho sufrir a tantos países pobres. Enseguida, un abogado estelar: DSK ha contratado a Benjamin Brafman. Conocido por el lapidario humor que despliega en las cortes, Brafman ha defendido a Michael Jackson, al rapero Jay-Z y a varios capos de la mafia. Por otro lado, pululan las teorías de la conspiración. DSK es el principal rival de Sarkozy, y en el Partido Socialista, el rival de un François Hollande, una Martine Aubry o una Ségolène Royale. En suma, son muchos los que tienen motivos para hundirlo. Consciente de su fama de mujeriego -que sí la tiene-, el mismo DSK había hablado hace poco de su temor a que sus enemigos le tendieran una trampa.
El cuento del derrumbe de un poderoso, ¿por qué fascina tanto? Por su ritmo narrativo, su implacable movimiento, como de objeto lanzado al aire que no puede sino caer. Por la lección de humildad que nos da: si los poderosos caen así, ¡cómo seremos nosotros de frágiles! Por los bajos instintos que despierta. El placer -el del intruso- de ver expuesta, en toda su realidad, o reality , la intimidad de una persona inaccesible. La envidia que da un personaje de tanto éxito, y el alivio que da su desplome. El goce colectivo, como de circo romano, de estar todos contra uno, cuando ese uno es otro. El alivio de no ser uno el que fue descubierto. En general, el placer que da la desgracia ajena, eso que los alemanes llaman Schadenfreude.
Para satisfacer estos bajos instintos, necesitamos un pretexto. Los más comunes son «la moral» y el «interés público». Son los que invoca, con enorme hipocresía, la prensa. La notable excepción es la francesa, que siempre ha tenido la elegancia de no entrometerse en la vida privada de sus hombres públicos. Algunos esperan, y otros temen, que esa reticencia de la prensa ahora se acabe en Francia.