El Mercurio, 11 de noviembre de 2016
Opinión

El fenómeno Trump

David Gallagher.

El sorpresivo triunfo de Trump detonará infinitos estudios. A solo dos días, lo máximo que uno puede hacer es enumerar algunas áreas que estos deberán cubrir.

Primero, las encuestas. Habrá que estudiar por qué hacen agua en todo el mundo. ¿Será que los encuestadores saben cómo medir preferencias, pero no participación electoral? ¿Han aumentado los votos vergonzantes? ¿La gente quiere opinar sin identificarse, como lo hacen cuando se encapuchan en Twitter? ¿O es más díscola que antes? ¿Más volátil?

Después, cabrá estudiar por qué triunfa una combinación tan inusual de ideas como las de Trump; una parecida a la de los que promovieron Brexit, o a la que albergan ciertos líderes europeos supuestamente de derecha, como Marine Le Pen y Frauke Petry. Digo «supuestamente» porque muchas de estas ideas han sido tradicionalmente de izquierda, y son compartidas por izquierdistas como Bernie Sanders, Jeremy Corbyn o Pablo Iglesias, o por meros populistas como Beppe Grillo. ¿En qué consisten? Rechazo a la globalización. Nacionalismo, nativismo y repudio a la inmigración. Rechazo a las élites y a la «tecnocracia», en parte por su fracaso en prevenir -o siquiera predecir- el derrumbe económico de 2008-9, pero aún más por su racionalidad y realismo, intolerables para quienes quieren que la política se concentre en la expedita satisfacción de sus deseos.

Otro aspecto a estudiar: el triunfo de lo que se ha dado en llamar política pos-factual, o pos-verdad. Parece estar prosperando la teoría de Goebbels de que si se repite y repite una mentira suficientemente grande, la gente la termina creyendo. Esto es en parte consecuencia del rechazo a los tecnócratas y sus verdades limitantes. También de la cacofonía informática que hay en el mundo digital, en que es difícil distinguir lo verdadero. También de la renuncia por parte de los periodistas a ser los filtros racionales que fueron alguna vez. Muchos hoy día le dan igualdad de trato -lo que Paul Krugman llama «falsa equivalencia»- a un político que miente y dice locuras, y a uno que se ciñe a la verdad y a la razón. Incluso al primero lo tratan mejor, porque genera mejor rating . Cabe estudiar la copiosa publicidad que le regalaron los medios a Trump. Es cierto que algunos periódicos serios estaban con Hillary, pero Trump con sus payasadas era más entretenido y por tanto aparecía mucho más. Se calcula que solo en las primarias, la televisión le facilitó dos mil millones de dólares de publicidad gratuita.

A la política pos-factual y pos-racional la acompaña la falta de escrúpulos de todo tipo, y ese otro flagelo que es la judicialización. Trump logró convertir a Clinton -«crooked Hillary»- en sospechosa nada menos que de criminalidad. En eso lo ayudó vergonzosamente James Comey, el director de la FBI. Él la subía y bajaba como si fuera un juguete. Como cuando el 28 de octubre dijo que la estaba investigando de nuevo. Cabrá estudiar si fue coincidencia que dos días antes Rudy Giuliani, mentor de Comey, se jactara de que pronto vendría un notición que definiría la elección.

Cabe decir que Hillary fue mala candidata. Cometió un error en que están cayendo socialdemócratas en todo el mundo. En vez de ser fieles a sus convicciones, se radicalizan para complacer a la extrema izquierda. Es lo que hizo ella para atraer a los votantes de Bernie Sanders.

Nada menos eficaz. Es fatal en política tratar de emular las ideas del adversario. Una lección para los políticos chilenos más serios: la política pos-factual y pos-racional se combate no con intentos de emularla, sino con convicciones profundas ceñidas a la verdad y la razón. Los votantes agradecen una alternativa seria y sincera, si hay una en oferta.