El Mercurio, 2/12/2011
Opinión

El llamado a la calle

David Gallagher.

Hay dos fenómenos que parecieran estar relacionados: las protestas que se dan en tantos países, y la ebullición de las redes sociales. ¿Son éstas las que provocan las protestas, o existirían de todas maneras? Las redes sociales reducen el costo de convocarlas y suben el de reprimirlas, porque videos de los represores son difundidos rápidamente por medios como Twitter. Pero, ¿tienen efectos más profundos? ¿Condicionan la naturaleza misma de las protestas?

Tal vez convenga distinguir entre aquellas que se realizan por motivos independientes de las redes sociales, y las que emanan directamente de ellas. En Chile, priman las primeras: en general han sido promovidas por asociaciones antiguas, anteriores al internet, como las de los profesores y estudiantes. Las redes sociales han sido usadas más bien para potenciar las protestas.

Pero hay otras que nacen en el internet y que de allí pasan a la calle. Se dan en reacción a males reales -llámense abusos en Wall Street, desigualdad, dictadura árabe- que producen un descontento real, anterior al internet, o independiente de él, pero la idea misma de protestar proviene de las redes sociales, y en las protestas hay poca estructura conductora, poca organización que no sea meramente virtual. Allí sí pesan algunas características que parecen ser propias del internet.

Por ejemplo el internet es especialmente potente para reunir minorías. Por eso, muchas de las protestas que genera se dan en torno a intereses muy específicos. Cabe que los gobiernos no pierdan la calma en estos casos, porque sus demandas son a veces contradictorias entre sí. Desde ya, muchas de las pasiones suscitadas en ese mundo de satisfacciones instantáneas que es el internet son caprichosas y efímeras.

En las redes sociales no hay ni los liderazgos ni las estructuras que se necesitan para concebir políticas constructivas: más fácil es unir a grupos en torno a una denuncia que a una proposición. Por eso a un Occupy Wall Street , o a la gente de la Plaza Tahrir en el Cairo, les cuesta levantar alternativas a los abusos que denuncian. En el caso de Occupy Wall Street no importa tanto, porque hay otras instituciones que lo podrían hacer. En el de la Plaza Tahrir no las hay, porque las únicas instituciones fuertes en Egipto -las Fuerzas Armadas y la Hermandad Musulmana- son por su naturaleza autoritarias y resistentes a toda idea nueva.

El peligro de protestas como las de un Egipto -o las que mañana se podrían ver en una China- es que desemboquen en un régimen aún peor. El internet permite poner peligrosamente la carreta antes que los bueyes: llenar una plaza sin haber emprendido la labor de construir partidos políticos, sin haber ideado una institucionalidad alternativa. Si bien protestar en estos contextos es un deber moral, lo acompaña el riesgo de que el vacío de poder creado sea aprovechado por grupos desalmados. No es casual que los manifestantes hayan tenido que volver ahora a la Plaza Tahrir, justo cuando se celebran «elecciones» en Egipto. Sin tiempo o libertad para construir partidos propios -el gobierno ha ejercido una presión brutal para evitar que éstos surjan-, los manifestantes ven con desesperación que estas exóticas elecciones, que van a durar tres meses, le van a dar el triunfo a la Hermandad Musulmana y a candidatos afines al dictatorial Consejo Militar.

Hasta ahora hemos hablado de protestas nobles. En áreas más desagradables del internet, hay gente que se esconde detrás de insondables seudónimos para desahogar sus rabias y rencores, y practicar bullying de todo tipo. De estos rincones oscuros sale ese otro tipo de «protesta», que es la que en Chile realizan los encapuchados.