Este año estaba destinado a ser fatal para la derecha. Desde ya, porque volvía a Chile ese fenómeno político que es Michelle Bachelet. Tiene un carisma idóneo para estos tiempos. Es cariñosa y cercana, en un país que ha estado siempre demasiado jerarquizado, y en el que hay una justificada demanda por la igualdad de trato que ella parece desplegar. Además es inteligente. Por algo, tras su paso por la ONU, está convertida en una estrella internacional.
Por otro lado, llegaban dos aciagos aniversarios: los 40 años del golpe, y los 25 del «No». Curioso que en la derecha no los vieran venir, creyendo que estos «temas del pasado» ya no interesaban a la gente, cuando ocurre todo lo contrario. Para los jóvenes son especialmente chocantes las brutalidades que se cometieron, porque mientras más distantes en el tiempo, menos aceptable todo intento de relativizarlas.
Después hubo las chambonadas que condujeron a un confuso séquito de candidatos presidenciales. Y como si todo esto fuera poco, la Concertación emergió del hoyo en que había caído con nuevos aliados. Como se preguntaba Jorge Edwards en una columna, ¿qué esperanza tenía una «derecha pura y dura» frente a una coalición tan amplia que incluía a comunistas y democratacristianos? Y para culminar el año, la humillación de la derrota, después de solo cuatro años de gobierno. Una cosa es perder cuando la gente no conoce tu capacidad para gobernar. Terrible haber sido puesto a prueba y fallado.
Nadie en particular es culpable de lo que le ha pasado a la derecha, porque todos sus líderes lo son. Pero para nadie es una sorpresa que se acusen entre ellos. Los cuchillos largos, tan poco navideños, que centellean actualmente eran previsibles, porque uno de los problemas del sector es el caudillismo, la necesidad que tiene cada cual de ser patrón de algún fundo.
¿Qué tiene que hacer la derecha ahora? Desde ya renovarse, dándole el paso a una nueva generación. Bienvenido Evópoli, aunque sea lamentable que los jóvenes tengan que crear un movimiento nuevo justo porque no los dejan surgir en los que hay. Enseguida ampliarse, como lo hizo la Concertación. El gobierno de Bachelet tendría que ser catastrófico para que la «derecha pura y dura» llegara a ser mayoría en 2017. La Coalición por el Cambio fue en su momento una buena idea. Aun cuando los nuevos aliados que se sumaron a la Alianza en 2009 no tuvieran precisamente la fuerza del PC y de los movimientos estudiantiles, su presencia era una buena señal.
Más importante aún, la derecha debiera aprovechar la calma de no estar en el día a día del gobierno para entrar en una profunda reflexión. ¿Qué tipo de país quieren los chilenos y cómo se logra? Parece evidente que no basta ya con eso de «alcanzar el desarrollo», como si en algún momento vayamos a llegar a un umbral de PIB per cápita que nos va a hacer salir a celebrar en la Plaza Italia. No hay duda de que la gente quiere un país próspero y «desarrollado», pero también uno más justo, inclusivo y solidario, que cuente con aire respirable y algunos paisajes prístinos. Cualquier derecha moderna debería querer lo mismo. Desde ya un país desigual desperdicia talentos, en un siglo en que lo que más vale es el capital humano.
Lo que tiene que hacer la derecha ahora es ir concibiendo con calma los mejores medios para realizar los fines que los chilenos desean. No son necesariamente los que propone la Nueva Mayoría, cuyo programa a veces confunde medios con fines.
Escribo estas líneas tras disfrutar de una larga zambullida en el mar. Es lo que más les recomiendo a los caudillos pendencieros de la derecha para recibir el año que viene. No hay nada como el agua fría del mar chileno para calmar los nervios, despejar la cabeza y renovar el cuerpo.