El Mercurio, lunes 24 de octubre de 2005.
Opinión

El modelo

Lucas Sierra I..

Derechistas e izquierdistas, ateos y creyentes, morenos, rubios y colorines; todos, desde todos lados, se han puesto a hablar de “el modelo”. Que hay que cambiarlo, que mejor corregirlo. Así, de repente, como por arte de birlibirloque, apareció “el” modelo y atrajo todos los discursos.

Éstos, sin embargo, no son muy explícitos ni parecen estar de acuerdo entre sí. Para unos es un modelo “liberal”, para otros, “neoliberal”, “capitalista”; para algunos es simplemente “chileno”, para otros, “escandaloso”. El asunto es confuso.

Sin duda, el escenario electoral facilita un uso del lenguaje inflacionario, a la bandada. También lo facilita el comportamiento estratégico que genera en algunos la expectativa de que, tras las elecciones, se reacomoden las fichas del tablero político, sobre todo en el lado de la Alianza. Pero pareciera haber algo más.

Isaiah Berlin, un pensador lúcido y perceptivo, escribió queen la historia de las ideas es posible detectar una creencia en la posibilidad de un orden tal, que losdistintos valores y aspiraciones humanas, sin importar cuán contradictorios sean entre sí, encuentran un lugar y pueden acomodarse en armonía, sin fricciones. Es una ilusión atávica, quizás un vestigio de la armónica certeza que buscamos cuando niños para sentir seguridad.

Pero la vida social no es así: los valores pugnan entre sí, y al maximizar uno, minimizamos otro. La igualdad se expande a costa de la libertad, y viceversa.

La ilusión de un orden armónico, de un modelo, oscurece esta realidad y, lo más grave, confunde el carácter y las consecuencias de nuestras decisiones.

Esta ilusión ha sido parte de nuestra historia. Primero fue el modelo de “desarrollo hacia adentro”, y luego, a partir de los años 60, los sucesivos intentos de modernización que Mario Góngora, en un intuitivo ensayo, llamó las “planificaciones globales.” Todos compartieron ciertas características: una visión holística de la sociedad, una buena dosis de ingeniería social y la pretensión de subsumir la complejidad en un orden armónico de valores. Hoy parecen oírse ecos de esta historia.

No hay un modelo, sino ciertos principios, regulaciones e instituciones, relacionados entre sí; pero también, inevitablemente, con inconsistencias y tensiones. Así y todo, han ayudado a reducir la pobreza y expandir el bienestar de un modo inédito. Todavía falta mucho, qué duda cabe. Pero, para avanzar, hay que concentrarse en problemas específicos y ponderar el costo alternativo de nuestras decisiones, sin distraerse en la ilusión del modelo.