El Mercurio, viernes 19 de marzo de 2004.
Opinión

El nihilismo al ataque

David Gallagher.

La prohibición de las drogas, conjugada con la masificación de la prosperidad, haprovocado que las mafias tengan negocios rentables como nunca en la historia.

Con la caída del muro de Berlín, parecía haber triunfado de una vez el llamado «mundo occidental»: ese mundo que se fundamenta en la libertad y la racionalidad. Habían fracasado los intentos de crear utopías, como la nazi o la comunista, en que cada individuo era subordinado a un ideal «superior». Parecía que, en todas partes, la gente ya no quería sino una sociedad justa, libre y eficiente, donde cada uno persiguiera sus objetivos, tolerando los ajenos con el mismo respeto que pedía para los propios. Todavía existían bolsones de rareza: países gobernados por demagogos, países de gente irracional y pobre. Pero la fuerza de la historia globalizada iba a llevar a que éstos vieran la luz.

¿Que pasó con este sueño? Uno podría alegar que era albergado sólo por ilusos, por ingenuos, como en el siglo diecinueve el sueño de los positivistas, de un progreso imparable, amparado en la razón y en la ciencia. Pero el sueño era plausible en 1990, y hoy, a veces, parece inalcanzable. No sólo por el brutal nihilismo de los terroristas genocidas. También porque en todo el mundo se ven brotes nuevos de populismo y de irracionalidad. Aparecen demagogos como Chávez y Kirchner. Hasta en Estados Unidos, la campaña presidencial adquiere tintes proteccionistas que no se habían visto en años. Claro que, allí, es dable confiar en que éstos sean meros ruidos electoreros, y que a la larga nada va cambiar. No es el caso de América Latina, con su pasado inestable, donde cualquier demagogia es ominosa. Ningún país es inmune a ella. Aun en Chile, hay políticos que arriesgan tirar por la borda el principio más fundamental de nuestra economía: el de no discriminación por sector.

¿Por qué el mundo occidental parece tan vulnerable ahora, si siempre ha sido tan exitoso y si hace poco parecía tan triunfante? Por muchas razones. Porque la benignidad y la racionalidad no son más fuertes en el hombre que el impulso por abusar del prójimo. Porque abunda la gente mafiosa. Porque la prohibición de las drogas, conjugada con la masificación de la prosperidad, ha provocado que las mafias tengan negocios rentables como nunca en la historia, lo que propende a multiplicarlas y a permitirles sobornar a sociedades enteras, de paso financiando cualquier ideología o religión que ayude a diseminar el caos. Porque la racionalidad y la tolerancia son valores difíciles: requieren esfuerzo, mesura y humildad. Porque el éxito despierta rabia. Porque el concepto de que una sociedad no esté subordinada a un objetivo único es inexplicable para algunos. Hay personas que se sienten atraídas por las teocracias y las utopías: la idea de estar siempre como en un coro, todos cantando un mismo himno, es muy seductora.

Con todo, soy optimista. Sin duda, los terroristas cometerán actos genocidas cada vez más atroces. Sin duda, seguirán resonando las voces de gente que busca «otra cosa», gente que encuentra que la libertad, la democracia y la eficiencia son aburridas, sin darse cuenta de que son medios, no fines: medios para que cada uno persiga sus propios fines. Pero, tal como era, sin duda, ingenuo pensar que todo el mundo se iba a ajustar rápido a las reglas de una civilización benigna y tolerante, no creo que la humanidad tenga una vocación colectiva de encaminarse a la barbarie. Mientras tanto, cuidemos a Chile. Ganemos más tiempo. No caigamos en la floja y frívola demagogia. No juguemos con el futuro para ganar votos. Mientras más loco se vuelve el mundo, más ventaja nos dará ser sensatos y serios.