El Mercurio, 20 de abril de 2012
Opinión

El poder de una revista

David Gallagher.

A cada rato oímos que nos estamos acercando al desarrollo. Pero para que esta meta siga animando a la gente, cabe que vaya adquiriendo dimensiones más profundas. Ya no basta con alcanzar cierto PIB per cápita. Suena demasiado a abstracción. El desarrollo tiene que ser visto y entendido también como calidad de vida, seguridad, buena educación, cultura. Y para alcanzarlo en forma sustentable, tiene que haber más desarrollo en las personas, sobre todo en los líderes de opinión: más prudencia, más racionalidad, más serenidad. La falta de estos últimos atributos se ha notado con demasiada espectacularidad en las reacciones destempladas al reciente artículo del Economist .

El título del vilipendiado artículo es » Progress and its Discontents «, o «El malestar en el progreso». El título es importante porque alude a dos contundentes libros: «El malestar en la civilización», de Sigmund Freud, y «El malestar en la globalización», de Joseph Stiglitz. O sea, alude a obras que analizan cómo una condición considerada positiva, como la civilización o la globalización, puede producir malestar, lo que para el Economist también ocurre con el progreso en Chile. Ése es el verdadero tema del artículo, que trata de contestar lo que nos preguntamos todos: ¿por qué en un país con pleno empleo, una tasa alta de crecimiento, una reconstrucción posterremoto razonablemente bien lograda, instituciones robustas y logros importantes en la reducción de la pobreza, hay tanto malestar como el evidenciado por las protestas estudiantiles del año pasado, y el masivo apoyo ciudadano que concitaron?

Michael Reid, el autor del artículo, procura sugerir algunas respuestas. Es por el abuso al consumidor de algunas empresas «oligopólicas»: Reid se detiene en casos como La Polar, las farmacias, los pollos. Es por la desigualdad. Más que nada, es por un sistema de educación defectuoso, el tema principal del artículo. Reid habla de la inadecuada educación escolar, de las alzas desmedidas en los aranceles de las universidades, del lucro que se extrae de algunas de ellas, a pesar de que la ley no lo permite, del hecho de que esto incluso involucra a algunos ministros, y -citando a Sergio Urzúa, del CEP- de la falta de información que conduce a que algunos alumnos de entornos precarios reciban títulos que después, en el mercado laboral, no sirven para amortizar la deuda con que los financiaron. Reid agrega que en todo esto «no ayuda» el «zigzagueo» del Presidente frente a las protestas, lo que le hace pensar que es un «político inepto». Pero enseguida acota que la oposición es aún más impopular que el Gobierno. Y se pregunta si el «peor oligopolio de todos» no es el de las dos coaliciones, cuyos líderes se aferran al poder gracias a un sistema electoral perverso, uno que, según Reid, el Presidente quisiera reformar, contra la voluntad de los congresistas, que son sus beneficiarios.

El artículo enumera algunos de los desafíos que nos cabe enfrentar si queremos llegar a un desarrollo que no sea meramente numérico. Pero la absurda recepción que tuvo en Chile demuestra lo lejos que estamos todavía de esa meta. Desde ya, es penosamente provinciano reaccionar con histeria a lo que sale en una mera revista; para qué decir despotricar contra dos palabras sacadas olímpicamente de su contexto, dos palabras de las tres mil 500 que el artículo reúne.

Ha quedado comprobado con este episodio que en Chile no entendemos lo que leemos, o leemos sólo lo que nos conviene. Para vencer el subdesarrollo, y de paso salir del clima crispado en que vivimos, vamos a tener que superar esta combinación de excitación y déficit atencional con que abordamos la lectura, y los temas nacionales en general.