El Mercurio, 30 de noviembre de 2012
Opinión

El poder del votante

David Gallagher.

¿Por qué hubo tanta abstenciónen las municipales? ¿Qué efecto tendrán el registro automático y el voto voluntario en el futuro? Son preguntas que desencadenan incontables análisis. Pero estamos lejos de tener respuestas irrebatibles. Ni siquiera los precedentes de otros países ayudan mucho, porque sólo en Chile hay, juntos, registro automático, voto voluntario y sistema binominal.

En cuanto a la abstención, fue más baja en las comunas rurales. Tal vez porque la gente se conoce y las elecciones son un pretexto para reunirse. De hecho, en Chépica, donde voté yo, había un gentío dando vueltas. Pero aun así muchos no votaron. Yo les preguntaba por qué, y me contestaban, riéndose, que no era obligatorio. Votar era como rechazar un regalo.

Este efecto novedad pasará con el tiempo. Pero la renuencia a votar es, también, producto del sistema binominal, que ha hecho que la política en general sea percibida como poco competitiva. La sensación de que los políticos son escogidos por cúpulas está instalada entre los votantes, y los ahuyenta.

Curiosamente, para algunos las municipales habrían, al contrario, vindicado el sistema binominal. Para demostrarlo recurren a un argumento incongruente: que la abstención no es atribuible a ese sistema, porque en las municipales no se aplica, y que, por tanto, no hace falta cambiarlo. Otro argumento falaz: que ya no es necesario cambiar el binominal, porque con el voto voluntario, el votante está más empoderado, y las elecciones serán más competitivas e impredecibles. La verdad es que es improbable que el voto voluntario conduzca a más doblajes, y por tanto a más competencia, en las elecciones parlamentarias, que seguirán apegadas a la excentricidad, única en el mundo, de ser en el fondo contiendas entre dos candidatos de una misma coalición.

Hay una observación sobre el voto voluntario que sí parece acertada. Que los que votan son los más comprometidos, los de voto duro. Si uno lo piensa, eso es bastante obvio. Pero algunas de las conclusiones que se sacan no lo son. Por ejemplo, que los candidatos por eso se deberían polarizar, para atraer justamente a gente en los extremos del espectro. También que se debería hacer campañas más negativas, como las de Estados Unidos, donde se recurre a ataques feroces al adversario, ataques no sólo a sus ideas, sino a su vida personal.

Es probable que este análisis cunda en algunos sectores y que algunos candidatos adopten estrategias agresivas y polarizadas. Pueden tener algún éxito en las parlamentarias, donde el binominal ya favorece al voto duro, sobre todo en la derecha. Gracias al voto voluntario, la derecha dura puede en algunos distritos tener más ventaja que nunca. Pero en otros, sus tácticas pueden sucumbir ante candidatos de una derecha más moderna, con ideas frescas, capaces de entusiasmar a esa mayoría moderada que normalmente se quedaría en la casa.

Para qué hablar de las presidenciales, donde para ganar hay que superar el 50% de los votos, y donde no hay alternativa a la de conquistar a esa mayoría de chilenos que son independientes y moderados. Chilenos que son los menos propensos a votar, pero que no son tontos. No quieren que el país caiga en manos de extremistas. En una contienda presidencial, muchos de ellos harán el esfuerzo de votar por la opción que perciban como la más moderada.

Con voto voluntario, el votante sí se sentirá con más poder en las elecciones presidenciales, que ocupan el mejor sistema de todos, el uninominal con segunda vuelta. En ellas los candidatos tendrán que seducir al votante en dos dimensiones, la de sus preferencias ideológicas y la de su disposición a votar. Por eso mismo, estas elecciones son francamente impredecibles.