El Mercurio, 26 de diciembre de 2014
Opinión

El tercer paraíso

David Gallagher.

Hacia 2003, el artista italiano Michelangelo Pistoletto reconfiguró el símbolo del infinito. En vez de dos aros contiguos, intercaló uno más -un aro más grande- al medio. El de la izquierda, explicó, representaría el paraíso edénico, anterior al consumo, en que el hombre vivía en armonía con la naturaleza; el de la derecha, el paraíso artificial -e insostenible- de la industria y la tecnología, con que aplastamos el mundo natural; y el del medio, el «tercer paraíso», aquel en que se conjugan los otros dos para generar un mundo nuevo, uno en que -en gloriosa síntesis- se adapta el artificio a la naturaleza.

Este nuevo símbolo del infinito, o «tercer paraíso», ha sido instalado por Pistoletto en numerosos lugares y con diversos materiales. El año pasado lo implantó nada menos que en la pirámide del Louvre. Instaló tres grandes espejos circulares en el triángulo occidental, apuntando, en un gesto de acusación, a La Défense, el corazón financiero de París. La semana pasada, docenas de barcos pesqueros se formaron en tres círculos contiguos en el mar frente a La Habana. Lo hicieron el día en que hablaban Castro y Obama. ¿Será esta insólita coincidencia un buen augurio para la isla?

Cuando cayó Batista hace 55 años, Cuba era, en la opinión de muchos, un «paraíso artificial». Tengo mis dudas. Tenía más densidad cultural que cualquier otro país de la región, con creadores como Lezama Lima, Carpentier, Nicolás Guillén, Cabrera Infante, Wilfredo Lam y muchos otros, y tenía la renta per cápita más alta de América Latina. Pero tal vez había demasiados casinos, y demasiadas mujeres dedicadas a la prostitución; y los políticos eran extremadamente autoritarios y corruptos. Por eso todo el mundo celebró la entrada a La Habana de Fidel Castro, quien prometía un paraíso democrático. Pero pronto centenares de cubanos fueron sometidos a juicios «populares» y ejecutados, en operaciones lideradas por el Che Guevara y Raúl Castro. Después, Fidel condujo a su gente a un viaje regresivo en el tiempo, un viaje forzado hacia ese mundo rudo y simple, anterior al consumo, que Pistoletto asigna a su primer círculo.

Genial sería si ahora Cuba pudiera evitar volver al «paraíso artificial» de antaño para entrar directo al «tercer paraíso». Genial que algo más original que una imitación de Florida saliera de su singular situación actual. Pero todo en Cuba va a ser cuesta arriba. Nos ha conmovido el entendimiento con Estados Unidos, sobre todo porque ocurrió tan cerca de Navidad. A los seres humanos nos encantan las reconciliaciones. Es cuestión de acordarnos de lo felices que nos ponemos cuando en una novela, o en el cine, dos enemigos se abrazan, o dos amantes distanciados se dan un beso. Lo difícil viene después.

En el caso de Cuba, ¿cómo va a ser la relación entre los cubanos que viven en la isla -unos 11 millones- y los más de 2 millones del exilio? ¿Cuando éstos reclamen sus propiedades, por ejemplo? ¿Soltará las riendas el PC? En Berlín o Praga, el comunismo fue impuesto por el Ejército Rojo, con un puñado de miserables colaboracionistas locales, por lo que fue fácil el retorno a la democracia. En Cuba, como en Rusia, el comunismo es de fabricación interna, y puede resultar ser un hueso difícil de roer. Si algo han demostrado los Castro es que son dictadores profesionales: los más exitosos, en cuanto a duración y grado de dominio sobre su pobre gente, de la historia moderna.

Felizmente los sufridos cubanos son muy talentosos. Son los inmigrantes más exitosos que hay en Estados Unidos. Su isla tiene una ubicación privilegiada. En fin, va a ser cuesta arriba, pero Cuba debería poder convertirse pronto en el país libre, próspero y feliz que los cubanos merecen.