El Mercurio, 21/11/2008
Opinión

El verano de los presidenciables

David Gallagher.

Con la irrupción del verano, está que arde el tema presidencial. Era predecible, después de las municipales. Lo que nadie predijo es que el certamen veraniego se iba a dar a través de lo que Ricardo Solari ha llamado el «género epistolar». Como si estuviéramos en la época de los libertadores.

Es un género poco adecuado en una democracia moderna. ¿Por qué ha de jugarse un ciudadano por candidatos que mandan cartas desde el extranjero? ¿Candidatos que no quieren tomar ellos el riesgo de jugarse? ¿Cómo encantar a los jóvenes, si los candidatos condicionan su participación en primarias a acuerdos previos entre las cúpulas, o a que sus contendores tengan suficiente categoría? Son candidatos magníficos: lo mejor de Chile. Pero cabe que se jueguen, o que le abran el camino a una nueva generación.

Qué diferencia con Estados Unidos, donde gana Obama tras una ardua carrera de dos años, contra un amplio espectro de rivales que, sin falso orgullo, se tiraron a la piscina, sometiéndose al escrutinio de los votantes en incontables primarias a lo largo del país.

En Chile, el que sí se ha jugado es Sebastián Piñera. Eso le da una enorme ventaja, que se consolidará sobremanera si la UDI lo ratifica en diciembre. Piñera goza también de otras ventajas importantes.

La más obvia: las crisis económicas son fatales para los candidatos oficialistas, sean de derecha o de izquierda. Bien lo sabe McCain. Es cierto que algunos dicen que debido a la crisis puede haber más demanda por protección social, lo que favorecería a la Concertación. Pero la Concertación ya no es creíble ni en materia de protección. ¿Qué protección tengo si no llega la micro, si no me informan del resultado de un examen médico, y si no puedo caminar por mi propia calle sin peligro? Piñera puede demostrar que no hay protección social eficaz sin buena gestión, y que ésta no se puede lograr en un estado capturado por operadores políticos y funcionarios apernados.

Otra ventaja de Piñera: en Chile, da la impresión de que el electorado evoluciona rápido, y que siente poca nostalgia por el pasado. Por tanto, puede ser un error postular a ex presidentes como candidatos. Al hacerlo, la Concertación pierde además uno de sus recursos más potentes: el de reinventarse en torno a una figura nueva. Una figura antigua por definición representa continuidad, si no retroceso, en un contexto en que el deseo de cambio puede volverse incontenible.

Una última ventaja de Piñera es esa vocación de izquierdizarse que parece haber en la Concertación. El pacto que proponen con el PC no tiene sentido electoral. Los votos que se ganen a la izquierda se perderán a la derecha, en un país que no es ni de izquierda ni de derecha, sino de centro. Una Concertación izquierdizada por voluntad de sus elites, y no de sus votantes, es un regalo para la oposición.

Para aprovecharlo plenamente, la Alianza tendría que abrirse y ampliarse, para aglutinar a toda la oposición que no sea de izquierda. Así se le daría la posibilidad de reemplazar a la Concertación como el arco iris que abarca culturalmente a más de la mitad de los chilenos. Implica que en la Alianza se hagan sacrificios personales, para acoger como candidatos a algunos de los exiliados de la Concertación, con el fin de constituir una coalición que le dé gobernabilidad a Chile por un tiempo largo.

En todo caso, mientras los presidenciables de la Concertación juegan ajedrez, concentrados en qué próxima movida es la que más les conviene, Piñera tiene la cancha libre para idear una estrategia política y programática para el Chile de los próximos 20 años.