La Puglia es una antología de estilos arquitectónicos, no solo porque reflejan el paso del tiempo, sino por las huellas que dejaron múltiples invasores.
Estamos en Santa María di Cerrati, un monasterio románico cerca de Lecce, en la Puglia, esa rústica provincia que ocupa el tacón de Italia.
Dicen que Tancredi d’Altavilla, Conde de Lecce, decidió construirlo en el siglo trece, cuando allí mismo le apareció la Virgen entre los cuernos de un ciervo que pretendía cazar.
Dicen que Tancredi d’Altavilla, Conde de Lecce, decidió construirlo en el siglo trece, cuando allí mismo le apareció la Virgen entre los cuernos de un ciervo que pretendía cazar. Lo entregó a monjes basilianos, quienes cultivaron los ahora milenarios olivares que lo rodean. Después el monasterio fue casi destruido por piratas foráneos. Ahora lo restaura la FAI, una valiosa institución privada dedicada a cuidar el patrimonio italiano. Y van apareciendo frescos que reflejan el cristianismo oriental de los monjes. Como los dos que hay de la Dormición de la Virgen. En conformidad con la iconografía bizantina, ella aparece muerta, y la atiende un Jesús resucitado, quien ha acudido a recogerle el alma. Esta tiene la forma de un bebé, y él la sostiene en sus brazos, así como estuvo él alguna vez en los de ella.
En el monasterio todo es simple y austero. Muy diferente, a primera vista, a la cercana Lecce, una ciudad suntuosamente barroca. Pero aun en el barroco de la Puglia hay simplicidad, porque lo acompaña una sensibilidad rústica. Sus artistas no se sienten llamados a seguir reglas estrictas, nutriéndose del barroco para más bien liberar su imaginación. El barroco de Lecce, como el de otras ciudades de la Puglia, es recargado pero, también, alegre y libre, impregnado, a veces, hasta de humor.
La Puglia es una antología de estilos arquitectónicos, no solo porque reflejan el paso del tiempo, sino por las huellas que dejaron múltiples invasores. Aquí floreció la Magna Grecia y después el imperio romano y el bizantino. Más adelante, normandos, aragoneses y borbones. Pero hay estilos muy propios en que se imponen las necesidades del clima local. Como el de los conmovedores trulli. Son casas de piedra con cubiertas cónicas, como de colmena, que permiten que al interior, el tórrido calor veraniego huya hacia el ápice del cono. En cuanto a paisajes, hay de todo: llanuras, colinas, valles, y en partes de la costa, acantilados vertiginosos como los de Polignano a Mare. En una Italia en que nunca se desaprovecha un terreno, hay allí casas cavadas en las rocas perpendiculares, y un restaurante, la Grotta Palazzese, fraguado en una caverna sobre el mar. Allí aprovechan el entorno para seducir a clientes que buscan comida sofisticada, servida en un séquito interminable de porciones mínimas. Un error, porque lo propio de Italia -para qué hablar de la Puglia- es la cocina simple.
Como la que nos dan cuando celebramos el cumpleaños de Caterina, una amiga con casa en Martina Franca. La notable vivienda consiste en once trulli que han juntado. Pero el cumpleaños no es allí. Es al lado, en la masseria -casa de campo típica- de Anselmo y Filomena. Hay unos treinta comensales, de todas las clases sociales: en Puglia la igualdad no solo se practica, se goza y se festeja. Antes de comer, vemos como hacen las mozzarellas, las burratas y las orecchiette, unas orejitas de pasta que una señora nos enseña a tallar con el dedo pulgar. Después las hemos de comer con una deliciosa salsa de carne de asno. De repente llegan tres músicos: acordeón, violín, percusión. Se para Tina, una joven belleza de Lecce, y se pone a bailar la pizzica, un baile ágil y complejo diseñado hace uno o dos milenios para expurgar el veneno de la tarántula.
No sé si Anselmo y Filomena reciben así todos los días. Me imagino que no, y que es por el cumpleaños de Caterina. Pero intuyo que reciben así a menudo, porque en todo lo que hacen se respira una gran naturalidad.
Toda una lección de vida que nos refresca y fortalece antes de volver a nuestro combativo país.