El Mercurio, 18 de octubre de 2013
Opinión

En la recta final

David Gallagher.

No podrían haber sido más difíciles para Evelyn Matthei las circunstancias en que asumió su candidatura. Faltaban solo tres meses para las elecciones. Michelle Bachelet, aparte de ser extraordinariamente popular, llevaba años como candidata y había arrasado en la primaria de su coalición. Los partidos de la Alianza se habían enredado, con ineptitud surrealista, en su tarea de escoger candidato; y venían aniversarios muy difíciles, para no decir prohibitivos, para la derecha.

Contra viento y marea, el desempeño de Matthei estos dos meses ha sido notable. Ha desplegado dignidad, y humor, frente a las riñas mezquinas de su sector y al apocado derrotismo que lo invade. A diferencia de Bachelet, logró en poco tiempo sacar un programa de gobierno contundente. Un programa práctico, realista, y, en el mejor sentido, conservador. Como dice ella en su introducción, «los chilenos no estamos para experimentos», a diferencia de aquellos que «proponen reinventar el país».

Todo indica que este programa está en sintonía con lo que quiere una mayoría de chilenos, que en la encuesta del CEP de julio-agosto de 2013, se muestran moderados, y bastante afines al modelo imperante, si bien sanamente contestatarios e independientes en sus juicios. Según esa encuesta, una amplia mayoría no comparte las demandas estridentes que emanan de la calle y de las redes sociales. Solo un exiguo 23% tiene confianza en el movimiento estudiantil, y un aplastante 82% dice que nunca -repito, nunca- sigue temas políticos en redes sociales como Facebook o Twitter. Los que sí lo hacen «frecuentemente» llegan a un exiguo 2%: componen una élite casi tan exclusiva como la de aquel 1% que se critica por reunir una tajada excesiva de la riqueza nacional, en desmedro del 99% restante.

Contra toda esta evidencia, Bachelet parece creer que Chile ha cambiado radicalmente y que las demandas de la calle y de las redes sociales tienen que ser acogidas. Por eso nos promete poco menos que una revolución. Reforma tributaria radical (no «reformita»), una nueva Constitución (no modificaciones a la existente), reforma laboral contundente, universidad gratuita hasta para los ricos, fin del financiamiento compartido, AFP estatal, nuevo sistema electoral. Cada una de estas medidas tiene sus fundamentos, esté o no uno de acuerdo, pero en combinación no pueden no tener un efecto desestabilizador. Se podría objetar que Bachelet todavía no publica su programa, y es verdad. Pero eso no hace más que aumentar la incertidumbre de lo que sería su gobierno.

¿Por qué, entonces, parece ella estar arrasando? La encuesta del CEP de julio-agosto da algunas pistas. Un 53% nunca lee noticias sobre política; 42% nunca mira programas políticos en televisión; y una mayoría no conversa de política con su familia o sus amigos. El tema, entonces, es que los chilenos no están para leer esos «mamotretos» que son los programas de gobierno, y por eso nunca se van a enterar de que el de Matthei les es más afín que el que insinúa el comando de Bachelet. Lo único que sí ven es la sonrisa de mujer sensata y moderada que tiene Michelle, y suponen que sus ideas son compatibles con esa sonrisa. Ojalá lo sean. Ojalá las más radicales sean solo para contener a los candidatos que la emplazan desde la izquierda.

En todo caso, en esta recta final es vital que se vaya cerrando la brecha que parece haber entre las dos candidatas. Un resultado equilibrado sería positivo para la futura gobernabilidad del país. Porque para solucionar los temas de fondo, no podemos prescindir de un nuevo gran acuerdo nacional, que se dará solo si nadie se siente invencible.