El Mercurio, viernes 6 de julio de 2007.
Opinión

Entre dos estilos

David Gallagher.

Blair se cría en un ambiente desprejuiciado, en que la liberación de los 60 se da por sentada. En cambio, Brown es un producto, más rígido, de la Inglaterra o Escocia de 1962 o antes.

En su última novela, «On Chesil Beach» («En la playa de Chesil»), Ian McEwan explora la confluencia entre dos Inglaterras, muy distintas entre sí, que se da hacia 1962. En ese año, el país está en los inicios de una notable década en que irrumpe un aire libertario, marcado por la música de los Beatles y los Stones, y las microfaldas de Mary Quant. Pero el tiempo no corre igual para todos. Edward y Elizabeth, los dos jóvenes protagonistas de la novela, siguen atrapados en la década anterior, cuando los ingleses eran tímidos, culposos e incapaces de comunicar sus sentimientos. Elizabeth y Edward no parecen poder permitirse los gestos espontá-neos de amor que podrían haber salvado su relación. «¿Y qué se los impedía?», se pregunta el narrador. «Sus personalidades y sus pasados, su ignorancia y su temor, la timidez, el pudor, la falta de derechos, de experiencia y de aplomo, los últimos estertores de la prohibición religiosa, lo muy ingleses que eran, su clase social, y la historia misma».

Si sólo se hubieran conocido dos o tres años más tarde, parece decir la novela. Más tarde, cuando los ingleses ya eran más espontáneos, más hedonistas, cuando dejaron, incluso, de contentarse con la mala comida de la posguerra y descubrieron la comida gourmet. Ésta, en 1962, todavía era inconcebible en la casa proletaria de Edward, pero ya empieza a ser degustada en la casa más refinada de Elizabeth. Allí Edward conoce por primera vez «el muesli, el pan sin mantequilla, quesos que no fueran cheddar, la bouillabaisse, y comidas enteras sin papas».

Yo leía esta novela la semana pasada, cuando Tony Blair le entregaba el mando a Gordon Brown. Se me ocurrió que en esa entrega se topaban justo las dos Inglaterras descritas por McEwan. Blair, el sofisticado adalid de la «cool Britannia», se cría en un ambiente desprejuiciado, en que la liberación de los 60 se toma por sentada. Se enfrenta a los dinosaurios de su partido, obligándolos a abandonar el inmovilismo estatista, y también a los de derecha, destronando a los lores hereditarios, pero lo hace con aplomo, sin trancas, y sin atisbos de lucha de clases. Él, como la familia de Elizabeth, habla con acento de colegio privado, pero tiene la flexibilidad para modular su voz para parecer más popular o universal cuando hace falta. En cambio, Brown es un producto, más rígido, de la Inglaterra o Escocia de 1962 o antes. Hijo de un pastor puritano, es ferozmente serio. El hedonismo lo espanta. Aborrece las modas. Es la antítesis de lo «cool»: es mateo, perno y trancado. Y aunque no sea políticamente correcto decirlo, su voz evoca el sudor de la fábrica escocesa.

Las dos Inglaterras de McEwan tienen, claro, mucho de caricatura. Como también lo tiene cualquier contraste sociológico entre dos personas, como el que acabo de hacer. Blair y Brown son de estilos distintos, pero también son parecidos. Ambos fueron arquitectos de la transformación libremercadista de su partido. En sus políticas no hay grandes diferencias, lo que demuestra que el estilo de un político y las emociones que irradia no son lo que determina las medidas que toma. Pero el estilo sí afecta su popularidad en un momento dado. Los electorados optan por un estilo u otro, según su estado de ánimo.

Eso, ¿qué significa para Brown? En estilo, el verdadero heredero de Blair es, curiosamente, David Cameron, el líder conservador. Como Blair, es sofisticado y «cool». Pero, el electorado puede estar cansado de los políticos «cool», prefiriendo un estilo menos marquetero, aunque, tal vez, más honesto y genuino, como el de Brown. El tiempo lo dirá.