El Mercurio, viernes 11 de abril de 2008.
Opinión

Época de turbulencias

David Gallagher.

La crisis del sistema financiero internacional sigue su impredecible curso. Según el FMI, los bancos hasta ahora habrían reconocido solo un tercio de las pérdidas que tienen implícitas en sus carteras.

La crisis se debe a una inadecuada mezcla de regulación y libertad, que empezó a darse en Estados Unidos cuando en 1999, se derogó la Glass Steagal Act de 1933. Esa ley había impedido que un banco comercial que recibiera depósitos del público expusiera su capital propio a los riesgos que toma un banco de inversión. La nueva ley, llamada la Gramm-Leach-Bliley Act, permitió el retorno a la banca integrada.

El cambio provocó anomalías que ahora son causa de alarma. Primero, los bancos comerciales y los de inversión, a pesar de tener desde entonces un mismo espectro de actividades, siguen, por un accidente de origen, con reguladores distintos. Segundo, los bancos se fueron saltando sus límites de apalancamiento con ingeniosas estructuras que les permitieron esconder riesgos en los balances de otros inversionistas. Tercero, negocios tradicionales en que los bancos actúan como agentes han estado expuestos a enormes riesgos tomados con su capital propio. En algunos, solo un puñado de personas conocía el tamaño del riesgo asumido. De allí que han rodado cabezas, aunque no se haya evitado el daño moral de que en muchos casos, esas cabezas se hayan retirado con suntuosas fortunas.

La confianza en muchos bancos se ha derrumbado. Poco a poco, las autoridades han reconocido que hay un riesgo de que se produzcan incontrolables corridas de bancos, como las que sumergieron al mundo en la Gran Depresión. Es por eso que, desde el rescate de Bear Stearns, la Reserva Federal despliega todo su arsenal de instrumentos para contener las peligrosas fuerzas del pánico. Con todo, es difícil que logre evitar que siga dándose lo que es ya una feroz implosión del crédito internacional, con fuertes efectos recesivos. Cada vez que los bancos reportan una desorbitada pérdida trimestral, tienen que compensarla con una combinación de aumento de capital y reducción de activos, tanto más porque el mercado ya no les permite tanto apalancamiento. Pero nadie todavía sabe cuán largo es el túnel. Esta semana, la tasa interbancaria ha subido otra vez a niveles que indican desconfianza en el sistema similar al que había cuando cayó Bear Stearns. Mientras tanto, para que los bancos dispongan de un plazo realista para recapitalizarse, las autoridades en el corto plazo tendrán que flexibilizar las reglas en cuanto a cómo se valoran sus carteras, y cuánto capital tienen que tener en relación a ellas.

Un resultado de todo esto es que el concepto de banca integrada ya no parece tan atractivo. Ni para el regulador, ni para algunos bancos comerciales que pronto querrán, según se dice, desprenderse de sus bancos de inversión. En cuanto al efecto recesivo de la crisis, el FMI predice que se extenderá mucho más allá de los Estados Unidos. Sería menor si el Banco Central Europeo se resignara a alinearse con la Reserva Federal, en vez de remar en la dirección contraria, por tener en su mandato sólo la contención de la inflación. Por el momento el desajuste entre esos dos grandes bancos centrales seguirá siendo la principal causa de la debilidad de un dólar que mal puede una mera autoridad chilena pretender fortalecer.

Mientras tanto, de Chile sale una buena noticia: el llamado a una profunda reforma del Estado por parte del ministro del Interior. Da una señal muy sana de que Interior y Hacienda, por primera vez en este Gobierno, están remando en la misma dirección.