El Mercurio, 3 de noviembre de 2018
Opinión

¿Es Chile un país antisemita?

Sebastián Edwards.

Uno de los roles fundamentales de la memoria es hacernos recordar los horrores del pasado, para que no se repitan. Ayudarnos a que nunca más nos quedemos en silencio.

La próxima semana se cumplen 80 años de Kristallnacht, o Noche de los Cristales. El 9 y 10 de noviembre de 1938, tropas de asalto nazis atacaron negocios, tiendas y casas de familias judías. También destruyeron decenas de templos. Para muchos historiadores este fue el primer paso hacia el Holocausto. Si bien las Leyes de Núremberg fueron aprobadas en 1935, los actos de violencia habían estado, hasta cierto punto, contenidos. Fue en ese momento cuando se desató la barbarie, con toda su furia.

Hace unos meses, cuando reparé que estaban por cumplirse 80 años de este episodio, pensé escribir una columna. Pero debo reconocer que de vez en cuando retrocedía, pensando que quizás no era bueno volver sobre este tema tan doloroso, que era preferible dejar que el pasado descansara tranquilo.

Pero una multitud de eventos recientes hacen que escribir sea impostergable. Lo que al final me decidió fue la horrible matanza de once personas en una sinagoga de Filadelfia hace tan solo unos días. También influyeron los discursos de odio y de intolerancia en tantos países. Intolerancia racial, política y religiosa; intolerancia con respecto a todos aquellos que parecen diferentes. Lo de Bolsonaro en Brasil es preocupante; lo de Salvini en Italia es preocupante; lo de Trump en los Estados Unidos es preocupante; lo de Maduro en Venezuela es preocupante; lo de Ortega en Nicaragua es preocupante.

Lo más deplorable de los eventos que desembocaron en Kristallnacht, es que la gran mayoría de los vecinos, amigos, compañeros de trabajo, y condiscípulos de las familias judías, se quedaron en silencio. No protestaron, no se pusieron de pie, no dijeron al unísono «yo también soy judío». Claro, no es que hayan aplaudido a rabiar o necesariamente apoyado a las tropas de las SA, pero, se quedaron en silencio. Y esta es una verdad que nos duele hasta el día de hoy y nos seguirá doliendo por los 80 años venideros.

Uno de los roles fundamentales de la memoria es hacernos recordar los horrores del pasado, para que no se repitan. Ayudarnos a que nunca más nos quedemos en silencio. Por eso, nuestro Museo de la Memoria es tan importante. Y es por eso que en diciembre, cuando vaya con mis alumnos de UCLA a Santiago, lo visitaremos. No como un acto político o partisano, no como un acto ideológico, sino que por la necesidad de entender que ante los atropellos y las injusticias, ante las violaciones de los derechos humanos, nunca hay que quedarse callado.

Mientras preparaba este texto, me pregunté si Chile era antisemita. Hace muchos años -más de cuarenta- que no vivo en el país. Por eso mi percepción sobre ciertas cosas es más bien nebulosa, poco precisa, sin la textura y granularidad que se obtienen con las vivencias del día a día. Al momento de hacerme la pregunta, pensaba que en Chile no había antisemitismo. Pensaba que para la mayoría de la gente este no era un tema importante. Lo que veía era amistad, admiración, y amores; también peleas y desencuentros, como entre gentes de todos los ámbitos y procedencias.

Pero igual decidí indagar, por lo que hice una encuesta por WhatsApp. Les pregunté a 80 personas si en su opinión Chile era un país antisemita. En mi pequeña muestra había judíos, católicos, protestantes, evangélicos, agnósticos, ateos, e incluso un par de curas. Gente de derechas y de izquierdas.

Como era de esperar, las respuestas fueron variadas. La mayoría podría describirse de la siguiente manera: «No, Chile no es un país antisemita, pero…»

Lo interesante de estas respuestas estaba en lo que seguía a la palabra «pero». Varias personas mencionaron la profusión de chistes de mal gusto, los estereotipos, las frecuentes referencias a rasgos faciales, y el lenguaje a veces inapropiado. También, dijeron que las manifestaciones anti Israel en diversas universidades van casi siempre acompañadas de antisemitismo. Pero, recalcaron, no ha habido violencia; no hemos tenido, como Argentina, el horror de una AMIA.

Después de leer y releer las respuestas, y de hablar con varios de mis «encuestados», pensé que si bien en Chile hay una cierta tolerancia, esta tolerancia es frágil. Detrás de los chistes y de los estereotipos, detrás de las frases hirientes masculladas por lo bajo, hay un antisemitismo en potencia, un antisemitismo larvado. En Chile hay un cierto temor por lo diferente; temor por los inmigrantes, por la gente con un acento tropical y caribeño, por aquellos de otros colores y de otras latitudes. Una amiga conservadora, católica, y muy sabia me escribió lo siguiente: «No sé cuál es la diferencia entre ser antisemita, antiturco, anticoreano, o antihaitiano. No lo sé, pero percibo que es algo diferente».

Vuelvo a pensar en Kristallnacht y me digo: hay que recordar y nunca olvidar.