El Mercurio, 8 de septiembre de 2012
Opinión

Estadísticas

Lucas Sierra I..

Las portadas de «The Clinic» suelen ser buenas, pero la del último número es genial. A propósito de la encuesta Casen, esa famosa foto del general Pinochet después del Golpe -la de los anteojos oscuros y cara de ningún amigo- aparece con la cara del ministro Lavín, y el edecán que está atrás, con la del ministro Larroulet.

La portada captura bien la forma en que se ha reaccionado ante la crítica que ha rodeado a la última Casen. El autoritarismo reapareció como reflejo atávico. El Gobierno se esforzó más en mostrar a los críticos como sacrílegos, que en ponderar y contestar sus argumentos. La crítica fue cuestionada en cuanto tal y la autoridad se apuró en dar por cerrado el debate. Para colmo, algunos medios de comunicación y analistas se sumaron a esta actitud. Un vaho a dictadura emergió desde lo profundo.

Con el humor característico de la política inglesa, se atribuye a Disraeli haber dicho: «Hay tres tipos de mentiras: las mentiras simples, las mentiras malditas y las estadísticas». Como suele ocurrir con el humor, esta frase esconde una sabiduría. Las estadísticas no son una verdad revelada, intangible, sino que están cruzadas por intereses y son maleables. Es obvio que las estadísticas oficiales abran una posibilidad de crítica y debate, en el que se mezclan ciencia y política.

Tanto más en Chile, donde el grueso de las estadísticas oficiales depende del gobierno de turno. Como estas estadísticas sirven para medir el desempeño del gobierno -como la Casen-, hay inevitablemente un nefasto conflicto de interés: el evaluador es, al mismo tiempo, el evaluado. Las autoridades no deberían sorprenderse tanto con la crítica ni, menos, ofenderse.

En el caso de la última Casen, además, hay circunstancias que hacen aún más injustificado el reflejo autoritario. El debate empezó con preguntas que, según lo que se ha venido sabiendo gracias a ellas, eran totalmente plausibles.

Se preguntó por qué hubo esta vez dos muestras, una más chica primero y otra más grande después, mediadas por la entrega de un bono. Se han conocido los resultados de esta segunda muestra, pero no se puede saber el impacto del bono porque el cuestionario de la encuesta -ya impreso- no lo individualizaba. ¿No hubo tiempo para imprimir nuevos cuestionarios?

Para la Casen anterior también se entregaron bonos. Fueron dos por un total de $80.000 por persona. Pero el cuestionario permitía individualizarlos y, por lo mismo, pudieron ser divididos por 12 meses, como corresponde. Esto daba un total de $6.666 por persona. El bono en la última Casen fue de $10.000 por persona, pero, como no se dividió, en la práctica fue mayor. Las autoridades han contestado que suponen que el impacto del bono fue menor, porque no llegó a las personas correctas. La respuesta genera nuevas preguntas: ¿Qué pasa con la focalización? ¿Y si hubiera estado bien focalizado, habría menos pobreza? ¿Qué tan artificial habría sido la baja?

En fin, los críticos inquirieron por una pregunta sobre «otros ingresos», que planteaba legítimas dudas de comparabilidad con las Casen anteriores. Se ha sabido que la Cepal tuvo estas dudas y que, luego de un intercambio con el Gobierno, incorporó la pregunta, impactando en la baja de la pobreza. La Cepal sigue reconociendo que la pregunta es debatible.

Así y todo, cuando la lápida oficial estaba cayendo sobre el debate, argumentando el Gobierno que la Cepal había dicho que no habría nada de qué preocuparse, el técnico del propio Gobierno a cargo de la Casen, que ya estaba renunciado, hace una desconcertante aparición pública criticando al ministro. Y el mismo encargado de la Cepal renuncia a su cargo. ¿Por qué?

El Gobierno ha dicho que ahora tendremos Casen todos los años. Es insensato hacer esto si no se mejora la institución de las estadísticas, sobre todo en un año electoral como el próximo. El INE debe ganar autonomía del gobierno de turno. El modelo ya existe: el nuevo Servicio Electoral que, sin reforma constitucional, permite una razonable autonomía.

Antes que resultados, entonces, las instituciones. Porque, como lo sugiere la broma de Disraeli, las estadísticas son cosa seria.