El Mercurio, 4 de octubre de 2013
Opinión

Estados Unidos y su guerra interna

David Gallagher.

En mi columna pasada sugerí que un país solo llega a estar desarrollado cuando logra un consenso amplio en torno a temas esenciales; cuando las grandes contiendas ideológicas no son ya las propias, sino las que se libran en otros países. Al escribirla estaba en Suiza, pensando en las elecciones en Alemania: imposible dos países con más consenso actual. Pero ahora, de paso por Nueva York, recuerdo una severa objeción que me hizo una hija a mi tesis. “En ese caso —me dijo—, tendría que ser subdesarrollado Estados Unidos, porque allí hay una guerra sectaria entre visiones de país diametralmente opuestas”.

Ella se refería, claro, a las “guerras culturales”, que tienen a Estados Unidos dividido en torno a temas que los países desarrollados, en su mayoría, resolvieron hace mucho. Temas tan básicos como el monopolio de la fuerza coercitiva por parte del Estado: una minoría aparentemente imbatible se opone a cualquier interferencia en el derecho a portar armas de fuego, y la razón que da es que es para protegerse no solo de los delincuentes, sino del mismo Estado, en el caso de que este se vuelva totalitario; y esa poderosa minoría no afloja cuando un desquiciado que ha comprado armas como si fueran juguetes se pone a masacrar a niños en un colegio.

En un país donde se cuestiona que el Estado tenga un monopolio de la fuerza coercitiva, no es raro que se objete que ayude a los pobres. De allí el repudio de los republicanos a la modesta reforma a la salud de Obama, que se aprobó en 2010 y que, tras ser cuestionada infructuosamente ante la Corte Suprema, entra en vigencia ahora. La reforma contempla un subsidio a la demanda, que permitirá que unos 45 millones de americanos compren un seguro de salud privado: el subsidio, escalonado según sus recursos, hará que la prima les sea abordable. Lo que enfurece a los republicanos es que la gente va a estar obligada a tomar este seguro si no está ya cubierta con algún otro. El senador Ted Cruz, en un discurso de 21 horas en el Senado, hasta llegó a tildarlo de nazista.

Los republicanos quieren que Obama retire o, al menos, postergue la reforma, lo que es imposible, porque es el proyecto estrella de su Presidencia. Además fue aprobado hace ya tres años por el Congreso, y después validado en las elecciones de 2012, que Obama ganó. Increíblemente, los republicanos rehúsan aprobar el presupuesto federal si Obama no se rinde a su demanda. Como resultado, se ha tenido que clausurar parcialmente el gobierno. Unos 800 mil funcionarios públicos han tenido que tomar vacaciones sin sueldo, y otro millón trabajar gratis. En dos semanas más, los republicanos tienen contemplado un chantaje aun más extremo: no aprobar un alza al límite máximo de la deuda pública. Eso podría conducir a que Estados Unidos entre en incumplimiento, como la Argentina de los Kirchner.

Claro que el encono de los republicanos, sobre todo los del ultraderechista Tea Party, no se limita a esta reforma. Se extiende al mismo Obama como persona: lo odian con la pasión con la que en su momento odiaron a Roosevelt, Kennedy y Clinton. Según una encuesta de Pew Research, el 34% de los republicanos cree que él es musulmán.

No hay duda de que, en sus cifras, Estados Unidos es un país desarrollado. ¿Cómo lo logra a pesar de estas guerras internas tan feroces? Tal vez porque su desarrollo está tan consolidado, que no lo afectan. Lo que sí está claro es que el ideologismo de la derecha norteamericana nos conduce a apreciar lo pragmática y moderada que es la que representa Evelyn Matthei. Para encontrar en Chile algún equivalente del mesianismo vengativo y justiciero que despliegan los republicanos, habría que hurgar entre algunos de los nuevos ideólogos de la Nueva Mayoría.